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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Ella lo arreglará, y se hará un documento en toda regla... Seremos falsarias y Dios bendecirá nuestro fraude». Le dio muchos besos, recomendándole que fuera bueno, y no hiciese porquerías. Apenas se vio Juanín en el suelo, agarró el bastón de Villuendas y se fue derecho hacia el nacimiento en la actitud más alarmante.
La concebiría como sospecha, como inspiración artístico-flatulenta, y el otro se dijo: «Pues toma, aquí hay un negocio». Lo que es a Platón no se le ocurre; de eso estoy seguro. Jacinta, anonadada, quería defender su tema a todo trance. «Juanín es tu hijo, no me lo niegues» replicó llorando.
Gastaré lo que me queda; procuraré darme buena vida, y si tengo que hacer por alguien, ya sé a quién me dirigiré. Y volviéndose hacia el enfermo, díjole con expresión de ternura, como si pudiera oírle: ¡Juanín...! ¡Hijo mío! Tu tío está aquí.... Márchate tranquilo, que alguien queda para proteger a los que te amaban y habían de formar tu familia. ¿Qué es eso...? ¿Qué dices?
Tu tío José Izquierdo, de compinche con otro loco, le hizo creer que un chiquillo de tres años que consigo tenía, era nuestro Juanín. Mi mujer perdió la chaveta, quiso adoptarlo y nada menos que llevárnoslo a casa. Por pronto que se descubrió el enredo, no se pudo evitar que tu tío le estafase seis mil reales. Tie gracia. Ya sabía yo esa historia.
Juanín hizo alguna resistencia; pero al fin se dejó llevar, seducido con la promesa de que le iban a comprar un nacimiento y muchas cosas buenas para que se las comiera todas.
La administración del Pardo nada menos. Sí, para usted estaba. Hablaré a mi esposo, el cual reconocerá a Juanín y le reclamará por la justicia, puesto que su madre le ha abandonado. Rafaela cuenta que al oír esto, se desconcertó un tanto Platón. Pero no se dio a partido, y cogiendo en brazos al niño le hizo caricias a su modo: «¿Quién te quiere a ti, churumbé?... ¿A quién quieres tú, piojín mío?».
Se le echaban en cara los delitos más execrables, y se hacía burla de él y de sus hábitos groseros. «Tiita, ¿no sabes? decía Ramona riendo . Se come las cáscaras de naranja...». ¡Cochino! Otra voz infantil atestiguó con la mayor solemnidad que había visto más. Aquella mañana, Juanín estaba en la cocina royendo cáscaras de patata. Esto sí que era marranada.
Ama y criada rompieron a reír, y Juanín lanzó una carcajada graciosísima, repitiendo la expresión, y dando palmadas como para aplaudirse. ¡Qué cosas le enseña usted!... Vaya, hijo, no digas exprisiones... ¿Me quieres? le dijo la Delfina apretándole contra sí. El chico clavó sus ojos en Izquierdo.
Palabra del Dia
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