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Actualizado: 19 de junio de 2025
Sintió alguna vanidad en justificar lo dueño que era de sí y de los acontecimientos, y se creyó estar al abrigo de los desfallecimientos de su sensibilidad. ¡No! no sería el ingenuo susceptible de caer en un lazo, aunque este lazo le fuese tendido por la más seductora de las mujeres.
Causóme lástima de veras el estado de este buen hombre, que no habia otro de mas razon, ni mas ingenuo; y me convencí de que eso mas era desdichado que mas entendimiento tenia, y era mas sensible. Aquel mismo dia visité á la vieja vecina suya, y le pregunté si se habia apesadumbrado alguna vez por no saber qué era su alma; y ni siquiera entendió mi pregunta.
Descartes dice: «yo pienso, de esto no puedo dudar, es un hecho que me atestigua mi sentido íntimo; nada puede pensar sin existir; luego yo existo.» Esto es claro, es sencillo, ingenuo, esto manifiesta un verdadero filósofo, un hombre sin afectacion ni pretensiones.
No maliciaba aún el peligro de aquel ingenuo aliento de orgullo y de fuerza a que todas sus frases trascendían. Por fin, paseándose una tarde por la Rúa, con Miguel Rengifo, el único amigo que le quedaba, díjole en un momento de afectivo calor: Si yo medro, Miguel, e después de algún hecho señalado me hacen gobernador de una plaza, os he de llamar junto a mí para haceros mi primer capitán.
Quería conservarlo como recuerdo de la «vorágine»; pero un día necesité dinero... y lo vendí por tres perras gordas. ¿Verdad que este ingenuo concepto del dinero es conmovedor? Entre el hampa literaria Santaló fué siempre un caballero de la Tabla Redonda. Fué un bohemio, pero no hampón.
Por fin reventó: ¡quería tres pesos fuertes! ¡Oh indio ingenuo, descendiente del que daba al español un puñado de oro por una cuenta de vidrio! Fui magnánimo y le di cinco, lo que me valió algunos consejos sobre la manera de acelerar la marcha del alazán. Por fin llegué a Chimbe, después de transponer montañas y montañas.
El Estudiante se puso las enaguas de la posadera y se ató un pañuelo en la cabeza, Bautista se caló un sombrero de copa que alguno encontró, no se sabe dónde, y cantaron ambos el dúo ingenuo de Vilinch, y la algazara fué tan grande que los cantores tuvieron que enmudecer porque el Cura gritó desde arriba que no le dejaban dormir en paz.
Los días de fiesta, el hombre se ponía el frac, un mandil y una porción de placas y triángulos, se marchaba a la logia y volvía perfectamente borracho. En la casa todo el mundo le admiraba, y el buen señor, que era muy ingenuo, me decía: Mi padre me hizo ingresar en la logia a los catorce años; tengo sesenta y cinco y he llegado al último grado.
Palabra del Dia
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