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Actualizado: 17 de septiembre de 2025


De aquí el rio abajo navegando, El Armada se sale á remo y vela: Un temporal se viene levantando, Que las yerbas del campo arranca y vuela. Del isla grande priesa me estan dando, Que parece la gente se recela. Pues vamos allá agora, que esta Armada Aquí queda segura rancheada. El isla parecia que se hundia, Y el cielo que venia de caida.

Donde más se podía escandalizar la inocencia y el candor de la hija, allí se hundía el trazo para afrentar más a la madre.

Apretando su cinturón colorado, el más fornido, el más ágil saltaba de su barquichuelo, y ya encima de aquella mole inmensa, sin preocuparse del riesgo que pudiese correr su vida, lanzando un ¡han! prolongado, hundía el arpón en las carnes del confiado monstruo. Descubrimiento de los tres Océanos.

Llegaba a su cuarto y se tendía en la cama, triste, trémulo, como si le amenazase una desgracia, ocultando la cara entre las manos. La pobre Feli acudía, balbuceando de miedo: ¿Qué tienes, Isidrín? ¿Qué te pasa, rico mío? Le acariciaba como una madre; hundía sus manos en la crespa cabellera, mientras Maltrana respondía entre suspiros.

Esto no dejó de contrariarme, porque desvanecidos en los efluvios de patriotismo, que al principio me dieron cierto arrojo, no pensaba ya más que en salvar mi vida, y no era lo más a propósito para este noble fin el permanecer a bordo de un buque que se hundía por momentos.

Todo esto nos lo iba diciendo poco a poco, mientras clavaba en nosotros su vista cristalizada y anhelosa y hundía sus manos cadavéricas en una palangana llena de agua muy caliente, aprovechando el alivio que iban produciéndole éste y otros remedios heroicos que le aplicábamos sin cesar.

Por un camino escarpado, a la oración, descendía llevada en andas la imagen de la Virgen, vestida de seda azul y con un disco de oro, oblicuo sobre la cabellera renegrida, larga como un manto. El monte hundía su pico oscuro en el cielo lívido.

El alma del viajero quedó negra como la noche. Atravesó el paseo lentamente, apoyó ambos codos en el pretil de la muralla y contempló con ojos extáticos la inmensidad del mar. La bóveda del cielo alta y tachonada de estrellas se hundía en las tinieblas del horizonte.

¡Oh, si! ya lo supongo dijo Lázaro, procurando quitarse de encima el peso de aquel brazo, que le hundía de la manera más despótica. Quédese usted tranquilo. ¿Va usted á alguna comisión del Doctrino ó de Lobo? No; voy á un asunto. Esta no es noche de asuntos. Buenas noches dijo Lázaro apartándose.

Recuerdo haber hecho, bajo una lluvia torrencial, un gran número de estaciones un Viernes Santo, en adorable compañía; el paraguas era una farsa, el viento nos azotaba la cara... pero ¡con qué delicia hundía mi pie en los numerosos charcos de la vereda! Jamás adquirí un resfrío con más títulos a mi respeto y consideración.

Palabra del Dia

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