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Si las lágrimas que he derramado hubiesen caído todas en el corazón de ese infame Lobo, habríanle atravesado de parte a parte haciendo el efecto de un puñal. ¿Dónde está Inés? ¿Qué es de ella? ¿Vive o muere?

Algunos de los hombres que mas se han distinguido en la respectiva profesion, habrian sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado á otra que no les conviniera.

Y esto la llevó a hablar del otro hermano, «el gaucho», como ella le llamaba, que vivía en la Argentina, y era el único hombre capaz de inspirarla miedo. La amenazaba el hermano menor frecuentemente con revelar al otro todas las aventuras de Berlín y las travesuras del viaje apenas hubiesen llegado a Buenos Aires. ¡Y «el gaucho» era temible!

Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca! El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era cierto, y este odio lo consideraba ahora como una felicidad. ¡Qué desgracia la suya si hubiesen unido por el matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos todavía más enormes!...

-Verdad dices, Sancho -respondió don Quijote-, pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían. De manera que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias.

Aunque la Princesa y sus amigas hubiesen querido ir caballeras hasta la ermita, no hubiera sido posible. El camino era más propio de cabras que de camellos, elefantes, caballos, mulos y asnos, que, con perdón sea dicho, eran los cuadrúpedos en que se solía cabalgar en aquel reino. Por esto y por devoción fue la Princesa a pió y sin otra comitiva que sus dos confidentas.

No cabía duda de que era él el pretendiente preferido, y era esto tan evidente que el pobre chico no sabía ni lo que le pasaba, y si le hubiesen obligado a decir lo que sentía, habría confesado que siete meses de desdenes no le habían atormentado tanto como aquellas dos veladas de favor.

Si el revolucionario parecía más capaz de matar, era entretanto verosímil que su posición en el partido, la fiebre de la propaganda y sus graves responsabilidades, le hubiesen impedido cometer un delito que lo ponía en manos de la justicia.

La había prestado un buen servicio Ojeda reía amargamente al pensar en esto , habían sido felices unas horas, y luego se separaban como extraños, sin recuerdos y sin melancolías: lo mismo que si se hubiesen conocido a la caída de la tarde en un bulevar de París para pasar media hora juntos en un hotel y no volver a encontrarse nunca.

La muerte, muy próxima, acurrucada sobre aquella joven víctima, quitaba a la aventura lo que, de otro modo, hubiera tenido de irresistiblemente jovial, y la emoción que lo dominaba salvó del ridículo a aquel padre recalcitrante. Por muy tarde que se hubiesen conmovido sus entrañas por aquel pobre ser nacido de él, había sentido, sin embargo, en su corazón la llamada de la Naturaleza.