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»Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su información de cuanto le convenía, se fue a la ciudad de Granada, a reducirse por medio de la Santa Inquisición al gremio santísimo de la Iglesia; los demás cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareció; solos quedamos Zoraida y yo, con solos los escudos que la cortesía del francés le dio a Zoraida, de los cuales compré este animal en que ella viene; y, sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, vamos con intención de ver si mi padre es vivo, o si alguno de mis hermanos ha tenido más próspera ventura que la mía, puesto que, por haberme hecho el cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que más la estimara.

El Conde planteó el problema de tal suerte, que fué menester que la incógnita se despejase. Elisa escamoteó, negó todos sus coqueteos, y el Conde se apartó serena y hasta fríamente de su pretensión amorosa. Volvieron los coqueteos; se renovaron las exigencias; ella negó de nuevo, y el Condesito, sin darse por ofendido, desistió por completo de hacer la corte a Elisa.

Que hasta tanto, q. se cumpliere la dicha cantidad de renta, aunque se le alguna parte de ella, se continue la pension de quatro mill escudos, que agora tiene, mandado q. se consignen en parte que con effecto los cobre.

Este, pues, higo chumbo revolucionario no llegó desde la aristocrática piña en que había nacido hasta la plebeya cuna en que vino a florecer, ni por peripecias dramáticas, ni por trágicas revoluciones: llegó naturalmente, con suavidad, como tras de la hinchazón viene el pus, y tras el pus la gangrena.

Los escasos trabajos de otros poetas dramáticos de este tiempo, que han llegado hasta nosotros, no tienen la suficiente importancia para tratar de ellos aparte . El auto ya citado de Timoneda, sencillo y poco notable bajo ningún concepto, puede, sin embargo, servirnos de punto de partida para hablar del drama religioso de este período.

Los vientos que regularmente detienen en la boca de este rio á los que van á salir de él para Buenos Aires, son del tercer cuadrante, y estos son contrarios hasta salir de la barra por la canal del S: pero en saliendo de ella, todos son vientos largos para hacer esta navegacion.

Aquel acólito del culto de Mercurio, por su empaque desenfadado atraíase la mala voluntad de los pilluelos de la plaza, enjambre de diablejos que pasaban horas enteras ante la relamida figurilla llamándole ¡churriquio! con irritante tono de mofa, hasta que algún dependiente les amenazaba con la vara de medir.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito de sangre esta vez dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte. La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa.

El ministro podía permanecer allí de pie, si así le agradaba, hasta que la mañana tiñera de rojo el oriente, sin correr otro riesgo sino el daño que el aire frío y húmedo de la noche pudiera ocasionar á su organismo.

Hasta ahora todas mis cosas han tomado raro giro: me han condenado á una multa por haber visto pasar una perra; ha estado en poco que me empalaran por un grifo; he sido condenado á muerte por haber compuesto unos versos en alabanza del rey; me he huido á uña de caballo de la horca, porque gastaba la reyna cintas amarillas; y ahora soy esclavo contigo, porque un zafio ha aporreado á su dama.