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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Tratamos mal al compañero poeta; y yo, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y escarmentase, díjome que no era suyo nada de la comedia, sino que de un paso de uno, y otro de otro había hecho la capa de pobre, de remiendo, y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido.
Según Chisco, nos faltarían, para terminarla, tres cuartos de hora; el camino, «por el arte» del que habíamos andado entre el Puerto y la vadera; pero siempre bajando hasta la misma puerta de casa, lo cual «era una ventaja», porque se andaba ello solo «tan guapamente». Además, mi caballo se le sabía de memoria, y con dejarme llevar por él, estaba «al cabo del negocio».
De buena gana hubiéramos llevado más adelante nuestra exploración; pero no nos atrevimos á tanto, y salimos de aquella interesantísima casa como habíamos entrado en ella, llenos de respeto á su carácter señorial y religioso, y de admiración á sus bellezas artísticas.
Eran estos indios muy apacibles, y nos dieron todo lo que habiamos menester.
Al encaminarnos juntos aquella noche fría por la calle Market discutiendo el asunto, porque habíamos preferido salir a quedarnos en el salón del hotel, a Reginaldo se le vino a la imaginación la idea de que tal vez entre los objetos pertenecientes al muerto estuviese el secreto escrito y sellado.
Daban voces grandes, diciendo: ¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados? ¿Qué queréis, ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas? ¿No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi brazo?
Dejáronmele, y aun me dejaran el navío, si yo le quisiera, diciéndome que, si me dejaban solo, no era otra la ocasión, sino porque les parecía ser sólo mi deseo, y tan imposible de alcanzarle, como lo había mostrado la experiencia en las diligencias que habíamos hecho para conseguirle.
Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.
Apenas habiamos empezado á poner en órden nuestro equipaje, cuando llamaron á la puerta. Era la señora. ¡Triste de mí! Siento-mucho, me dijo, que usted se haya incomodado ... Perdone usted, señora: yo no me incomodo por mí: hacen que me incomode. ¿No pensaba usted dar nada al criado? Le he dado más de seis duros, durante nuestra estancia en este hotel.
Días antes habíamos estado en Tiaong, y aquel mismo modestísimo templo de la ley y de la ciencia, estaba convertido en depósito de cadáveres. Pocas, poquísimas paredes habrá tan aprovechadas como aquellas, pues por aprovechar, ni aun desperdician los remolinos de polvo, que dan entrada, mas nunca salida, los irregulares agujeros que empiezan en la puerta y concluyen en el tejado.
Palabra del Dia
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