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Querida en extremo por su madre, adorada por su marido, que, no gustando de la sociedad, le daba, sin embargo, una libertad sin límites, porque ella era virtuosa y él confiado, era la condesa en realidad una niña mimada. Pero, gracias a su excelente carácter, no abusaba de los privilegios de tal. Sin grandes facultades intelectuales, tenía el talento del corazón; sentía bien y con delicadeza.

El tema es por cierto asaz importante, y los nombres de los oradores demasiado conocidos del público para que cualquier ciudadano no entre en apetito de presenciar este debate. Restregándome, pues, las manos y gustando anticipadamente con la imaginación sus ruidosas peripecias, tengo salido muchas veces diciendo: No faltaré, no faltaré.

Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar.

Salva la discrepancia en que solían estar marido y mujer sobre este punto de la nobleza, don Joaquín se mostraba siempre en perfecto acuerdo con Rafaela, gustando de lo que ella gustaba, y ensalzando y aplaudiendo lo que ella ensalzaba y aplaudía.

Tenía el estilo sencillo, fácil y claro sin la rebuscada erudición de los que quieren deslumbrar más que enseñar. Ello no significa que no hubiera erudición en sus libros: la hay, y de buena ley, pues que era un infatigable estudioso, un apasionado de la ciencia, gustando a menudo fundamentar en ella sus aseveraciones.

Más caro les costó á los dos siguientes el obstinarse contra las saludables admoniciones de los Misioneros: El primero, cristiano recién bautizado, enfadado de vivir como hombre y en la ley de Cristo, en el pueblo de San Rafael, se huyó entre los infieles, y como es tan violento el vivir sin ningún gusto, no gustando él ya más de Dios, le fué fácil al demonio inducirle á tomar otro deleite, y le ofreció al punto ocasión cómoda y oportuna en una mujer de mala vida, con quien había estado mal amistado en su gentilidad.

11 Después subiendo, y partiendo el pan, y gustando, habló largamente hasta el alba, y así salió. 12 Y llevaron al joven vivo, y fueron consolados no poco. 13 Y nosotros subiendo en el navío, navegamos a Asón, para recibir de allí a Pablo; pues así había determinado que debía él ir por tierra. 14 Cuando se juntó con nosotros en Asón, tomándole vinimos a Mitilene.

Había que cambiar de forma de Gobierno cada poco tiempo, y cuando estaba en república, ¡le parecía la monarquía tan seductora...! Al salir de su casa aquella tarde, iba pensando en esto. Su mujer le estaba gustando más, mucho más que aquella situación revolucionaria que había implantado, pisoteando los derechos de dos matrimonios.

Los viajeros siguieron con la vista aquella línea argentada sin desplegar los labios por un buen espacio, gustando la impresión profundamente amable y solemne que el mar produce siempre en el alma. Los contornos de la Isla se dibujaban a lo lejos, desvaídos y confusos por el exceso de la luz, frente a la misma embocadura de la ría, a unas cinco millas de la costa.

Pero la catedral, insensible a las vicisitudes humanas, estaba allí como siempre, y a ella se agarraba, ocultándose en sus entrañas para morir tranquilo, sin más anhelo que ser olvidado, pereciendo antes de hora, gustando la amarga felicidad del anonadamiento, dejando en la puerta, como una bestia que se despoja de la piel, aquellas rebeldías que le habían atraído el odio de la sociedad.