Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 30 de abril de 2025
El trabajador del presente gozaba de comodidades que no habían conocido los ricos de otros tiempos.
El neblí que oye a su lado el volar de la garza y no acierta a verla, oculta por algún celaje, no padece más tormentos. Mi imaginación delirante se forjaba mil visiones de imposibles, que se gozaba en vencerlos a su antojo, y el placer más subido y engalanado, con los mágicos colores de los deseos, se me pintaba por último término en aquel cuadro fantástico.
Para ello a menudo necesitaba despertar a su joven esposa, que después de las comidas gozaba en sentarse sobre sus rodillas y quedar un momento traspuesta con la cabeza apoyada en su hombro. Crueldad estúpida de la cual no se daba bien cuenta.
Como autoridad militar hasta cierto punto y hombre que gozaba fama de enérgico, estaba obligado a mostrar valor en aquellas críticas circunstancias: llevaba dos pistolas de arzón en los bolsillos, y bastón de estoque.
Había oído que la vida del Rey estuvo en peligro, y que Carlos, por medio de su ciencia, la había salvado. Carlos no me había dicho que el estudio y el trabajo le habían abierto una carrera, y aunque conocía su aptitud para todas las ciencias, ignoraba que la medicina le hubiese conducido a la fortuna y al merecido renombre de que gozaba.
Todo aquello, aunque a don Antonio «le estaba mal el decirlo», lo había dicho y repetido cuantas veces hablaba con la viuda de su antiguo principal. Y en cuanto a su muletilla «aunque le estaba mal el decirlo», gozaba el privilegio de poner nerviosa a doña Manuela, que tenía por tonto rematado a su antiguo dependiente.
Su manía principal, pues otras tenía, era esta ahora: que tenía aquella nueva vida de que tan voluptuosamente gozaba, a condición de seguir en su estufa, haciéndose tratar como enferma, aunque, en resumidas cuentas, ya no lo estuviera.
Gozaba el padre Carapulcra de la reputación de hombre de agudísimo ingenio, y a él se atribuyen muchos refranes populares y dichos picantes. Aunque los hermanos hospitalarios tenían hecho voto de pobreza, nuestro lego no era tan calvo que no tuviera enterrados, en un rincón de su celda, cinco mil pesos en onzas de oro.
Reían a carcajadas en alguna página y a la siguiente sin saber cómo se enternecían y hacían pucheritos, porque aquel autor gozaba el privilegio de subyugarlos y arrastrarlos al sentimiento que bien quería. Cuando Visita notó que su marido comenzaba a fatigarse le hizo cerrar el libro y lo guardó de nuevo en su bolsita.
M. Scott jamás manifestó la menor inquietud, y tenía perfecta razón para estar tranquilo... Más aún, gozaba con los triunfos de su mujer; era feliz al verla contenta. ¡La amaba tanto!... un poco más que ella a él, quizá. En cuanto a Bettina, formose a su alrededor una carrera fantástica, ¡una ronda infernal! ¡Semejante fortuna! ¡Y semejante belleza!
Palabra del Dia
Otros Mirando