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Actualizado: 30 de abril de 2025


Emma gozaba también, sin darse cuenta clara de ello, creyéndolo vagamente; saboreaba aquel holocausto de amor problemático con la incertidumbre de una música lejana que ya suena, no se sabe si en la aprensión o en el oído.

La Demetria expuso tímidamente la opinión de que D. Carlos quería llevar a la Benina a su servicio, pues gozaba ésta fama de gran cocinera, a lo que agregó Eliseo que, en efecto, la tal había sido maestra de cocina; pero no la querían en ninguna parte por vieja.

María Teresa, por lo contrario, gozaba ante aquella playa desierta y le encontraba encantos no sospechados. Después de la partida de la muchedumbre abigarrada y tumultuosa de los bañistas, le parecía que la Naturaleza cambiaba de aspecto.

Los primeros años de la mocedad de Juanita habían sido dificultosos, porque su madre no había alcanzado aún la extraordinaria reputación de que después gozaba, no tenía el bienestar y la riqueza de que ya hemos hablado.

Si carecía de familia, gozaba de preciosísima libertad, y como sus necesidades eran escasas, vivía holgadamente de su trabajo, sin deber nada á nadie, sin que le quitaran el sueño cuidados ni ambiciones; pobre, pero tranquilo; desnudo el cuerpo, pero lleno de paz sabrosa el espíritu. Pues á pesar de esto, el señor de Migajas no era feliz. ¿Por qué?

No había día de cumpleaños de Reyes o Príncipes en que él no pescara una cruz o grado. La fama de valiente que gozaba debió fundarse en que era muy bruto. En el desorden de nuestras ideas fácilmente convertimos en héroes a los que apenas saben escribir su nombre.

Mejor que nunca lo conoció cuando hubo que dar la gran batalla para trasladar al caserón de los Ozores el nido del amor adúltero. Ana se opuso, lloró, suplicó... «no, no; eso no, Álvaro, por Dios no, eso nunca». Y resistió muchos días a las súplicas del amante que se quejaba de lo poco y deprisa y sin comodidad que gozaba de su amor.

Concluyó por decirle, poniéndole la mano en el hombro: Desengáñese usted, Belinchón: en la dársena de usted, con viento entablado del Noroeste, no entran ni las sardinas. El que más gozaba en esta fiesta, ¿quién lo diría? era un anciano, el buen don Mateo, a quien se debía exclusivamente. Para él, aquel baile significaba uno de los grandes triunfos de su vida.

Relimpio no se había fijado en los tres señores que delante iban a distancia como de unos treinta pasos. Al llegar al extremo de la calle, D. José, que gozaba mucho por los recuerdos históricos, se paró y dijo con voz lúgubre: «Aquí mataron a D. Juan Prim. Todavía están en la pared las señales de las balas». Isidora no miró las señales de los proyectiles.

Palabra del Dia

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