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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Aquel año vino á esta ciudad el rey don Enrique III, que parece presenció la ceremonia de colocar en la Giralda el reloj, dándose al acto toda la importancia que merecía, como así lo señalan las crónicas.

Los hay que valen más que una persona. Y hablaba de Lobito, un toro viejo, un cabestro, asegurando que no lo vendería aunque le diesen por él Sevilla entera con su Giralda.

Las casas de campo mostraban su blancura entre las masas de gris plata de los olivares. En el término opuesto del dilatado horizonte, sobre un fondo azul en el que flotaban nubes algodonadas, veíase Sevilla, con su caserío dominado por la imponente masa de la catedral, y la maravillosa Giralda, de un rosa tierno bajo la luz de la tarde.

Las sombras del crepúsculo empezaban a cubrir la ciudad, mientras que la bella y colosal estatua de bronce dorado, emblema de la fe, que se enseñorea en lo alto de la Giralda, resplandecía a los últimos rayos del sol, radiante y ardiente como la gloria de los grandes hombres que la pusieron allí, coronando la inmensa basílica.

En primero de Marzo de 1624 entró en Sevilla Felipe IV y se le hizo muy gran recibimiento, de suerte que no se ha visto otro más grandioso en el mundo . El 8 de Marzo visitó los conventos de Madre de Dios y de las Mercedes . El 5 de Marzo subió á la Giralda . El 13 salió para Doñana .

Gran amigo de pendencias, salía siempre de ellas «haciendo sangre a sus contrarios, sin que jamás se la hiciesen a él». Siendo paje de la corte, cuando los reyes estaban en Sevilla, apoyaba un pie en la base de la torre de la iglesia Mayor la famosa Giralda , y arrojando una naranja a lo alto, la hacía llegar hasta las campanas.

A falta de colores, había destellos. El suelo y el aire ardían como una iluminación universal. Luego, los contornos de los objetos, lo mismo los próximos que los lejanos, eran tan puros, tan claros, que algunos, como la Giralda, parecían dibujados en un gran lienzo con mano dura.

El tranco II, verbigracia, en que entrambos, desde el capitel de la torre de San Salvador, descubierta «la carne del pastelón de Madrid», otean después de la media noche cuanto sucede en la coronada villa, trae a la memoria, por la traza y manera, como indiqué en las notas de mi edición crítica del Quijote , aquella inspección que desde la torre de la Giralda de Sevilla, y acompañado asimismo de un cicerone, el maestro Desengaño, había hecho Rodrigo Fernández de Ribera, autor de Los Antoios de meior vista . El desaforado poeta del tranco IV es pariente propincuo de otros dos muy conocidos en nuestra literatura: el del Coloquio de los Perros, de Cervantes, y el de la Vida del Buscón, de Quevedo.

Palabra del Dia

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