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Pero una falta fundamental de su espíritu echó a perder dotes tan excelsas: Lope fué siempre incapaz de imponer rumbo fijo y permanente a su maravillosa actividad: juguete de la diversidad de impresiones que era susceptible de recoger su espíritu, sin que ninguna se grabara en él de modo permanente, nunca pudo seguir camino alguno con carácter definitivo.

Cuando puesta en contacto con Félix Aldea apreció su valer y notó su inclinación por ella, se fijó primero, pensó después, vaciló luego, y finalmente llegó a decirse que aquel hombre joven y juicioso, hermoso y varonil, obsequioso sin afectación, galante sin lisonja, era quien mejor merecía, si no su amor, al menos aquella simpatía que la mujer dispensa como prólogo de más dulces concesiones.

A sus pies estaban Roberto y el anciano médico. Roberto se ocultaba el rostro entre las manos; los sollozos sacudían su cuerpo. El anciano fijó en su mirada penetrante; por un instante creí otra vez que leía hasta el fondo de mi alma y que mi falta se exhibía abiertamente ante él.

Con absoluta fijeza, puede presentársenos una extension con idénticas dimensiones, á pesar del cambio continuo de la cosa extensa. Si suponemos el tránsito de una serie de objetos por un campo visual fijo, las cosas extensas varian sin cesar, y la extension es la misma.

Tomando los movimientos celestes por medida del tiempo, ¿será verdad que ha pasado un determinado tiempo fijo, siempre que se haya verificado el movimiento que sirve de norma?

Cuando la veía engalanada de este modo, no se sentaba, sino que se dejaba caer estupefacto en un sillón desvencijado: ella entonces se ponía de media anqueta en uno de los brazos del butacón, y alzando una copa de Champaña, que compró en el Rastro, brindaba con pardillo de la taberna cercana: luego paladeaban a medias los incendiados sorbos, y de fijo que no gozaron la mitad que ellos los más venturosos amantes de la historia.

Sobre el zumbido confuso y monótono que producían los miles de conversaciones sostenidas a la vez en toda la plaza, destacábanse los gritos de los vendedores sin puesto fijo, agudos y rechinantes unos, como chillido de pájaro pedigüeño, graves y foscos otros, como si ofreciesen la mercancía con mal humor.

Acabado este punto, se tocó el del hijo. ¿Y eso le ha metido en cuidado? le preguntó el boticario sobándose el codo y sonriendo blandamente. No diré que en cuidado respondió el de Peleches muy afable ; pero en cierta curiosidad... Es natural eso, ¡je, je!... Pues respecto de ese muchacho, ¡caray! yo no qué decirle a punto fijo... a punto fijo... eso es.

Al amanecer se le fijó un agudo dolor en el costado izquierdo que le obligó á llamar al médico. Á las diez de la mañana estaba declarada la pulmonía, y el médico de la villa le daba un fuerte lancetazo y le extraía buena porción de sangre. La condesa, á las doce del mismo día, asomó su carita graciosa y sonrosada por la puerta del cuarto y preguntó con interés: ¿Qué es eso, Pedro, qué te pasa?

Sin darse cuenta de lo que hacía, una de sus manos soltó las de la muchacha, deslizándose instintivamente por su talle. Feliciana fijó en él sus ojos húmedos, negros como dos gotas de tinta, que reflejaban el lejano foco de sol. La presión de aquel brazo en su talle parecía doblarla, vencerla. Se miraron, sin osar decirse nada, asustados de su atrevimiento, de esta rápida aproximación.