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Actualizado: 17 de mayo de 2025


En noviembre de este año el obispo D. Fernando Gonzalez Deza se obligó á dar 100 mrs. de moneda vieja cada año porque faga el cabillo la fiesta de las once mil Vírgenes de todas capas, y órganos, hasta hallar posesiones para dotarla.

Venía Feliú muy agitado; pero Fernando estaba sereno, al menos en apariencia. Indicó que acababa en aquel momento de tener noticia de una borrasca popular, y que la juzgaba de poca importancia. Señor dijo el secretario, más que un motín producido por el descontento del pueblo, parece esto un complot ideado por personas que hacen de ese mismo pueblo un instrumento de disolución y anarquía.

El Rey, entre tanto, fomentaba secretamente el ardor de la Fontana, porque veía en él un peligro para la libertad. La tradición nos ha enseñado que Fernando corrompió á alguno de los oradores é introdujo allí ciertos malvados que fraguaban motines y disturbios con objeto de desacreditar el sistema constitucional.

Víctor Hugo es mi dios... dijo de pronto Ojeda interrumpiendo su murmullo poético, como si no pudiese contener más tiempo esta declaración . Y Beethoven también lo es. Ella le miró con ojos suplicantes, implorando una palabra que podía unirlos con un nuevo afecto. ¿Y Wagner?... Fernando vaciló. No tenía la serenidad olímpica, la majestad simple de los divinos.

D. Fernando VII, ó de quien legitimamente le represente.

Pero antes de que Fernando pudiera enojarse por este recuerdo, se apresuró a añadir: Lo de anoche fue una lección; una lección de cosas y de nombres: una «farra», una «remolienda», como dicen mis amigos de varias repúblicas.

Iba vestida simplemente con un kimono azul, el mismo que Fernando le había visto comprar en Tenerife. Unos brazos blancos y fuertes, completamente desnudos y que esparcían un perfume de carne fresca recién lavada, salieron al encuentro de él, agarrándose a su pecho como tentáculos irresistibles.

La vanidad austríaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos, erizados á un lado y otro, parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal.

Al dar la vuelta de proa, entre el salón y el balconaje de avante, donde era menos viva la luz y nadie podía verles de lejos Fernando la atrajo a él, abandonó su brazo para envolverle el talle con rudo tirón, y la besó impulsivamente, al azar, en una mejilla, en la nariz, allí donde pudieron posarse sus labios.

Resultado de este primer viaje fué su poema Lotario, publicado mucho después, el cual, como dice en la dedicatoria á Fernando Gregorovius, se escribió ya en una barca del Nilo, ya en lo alto del convento latino de Jerusalén, ya, en fin, en la soberbia alameda de Ronda, suspendida en el abismo.

Palabra del Dia

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