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Yo había buscado en el mundo sin encontrarle el amor tal cual yo le comprendía... le había buscado en vano y me había dicho: Nuestro amigo y nuestra amante son dos fantasmas soñados por nuestro deseo. Dios no puede haber dado a su hechura aspiraciones imposibles. Si no ha podido dárselas y las tiene no existe Dios. O Dios es el acaso.

Uniendo con la imaginación en el mismo cuadro a las dos bellas imágenes, las veía cogidas de las manos, y salirle al encuentro radiantes. La ausente había sacado del sepulcro a la muerta, los dos fantasmas vivían la misma vida sobrehumana, intangible.

Llevaba más de una semana de dulce embriaguez. Jamás había creído que la vida fuese tan hermosa. Vivía en una dulce inconsciencia. La ciudad no existía para él. Le parecían fantasmas todos los que le rodeaban; su madre y Remedios eran como seres invisibles a cuyas palabras contestaba sin tomarse el trabajo de levantar la cabeza para verlas.

¡Ay, Nieves! la dijo Bermúdez entonces moviendo desalentado la cabeza : tampoco yo soy lo que fui en el modo de mirar ciertas cosas; también tengo, de poco acá, mi correspondiente velo que me cambia los colores. ¡Si supieras qué fantasmas veo algunas veces, y con qué claridad en otras!

La tapia del cementerio se destacaba en la claridad plomiza del cielo como una faja negra del horizonte. No se veía nada distintamente. Los cipreses, detrás de la tapia, se balanceaban, parecían fantasmas que se hablaban al oído, tramando algo contra los atrevidos que se acercaban a turbar la paz del camposanto. En la puerta se detuvo el cortejo. Hubo algunas dificultades para entrar.

La mirada de Laura guardaba aún restos del terror y el extravío que las visiones infunden en el alma. ¿Qué había pasado aquella noche? Sería lo que otras veces. Porque la joven condesa, en los años que llevaba de matrimonio, había visto desfilar muy á menudo sobre su lecho la misma procesión de fantasmas pálidos.

Su coco es el urbano: no se sabe por qué le ha tomado miedo; pero que se le tiene es evidente: semejante a aquel loco célebre que veía siempre la mosca en sus narices, tiene de continuo entre ceja y ceja la anarquía: y así la anda buscando por todas partes, como busca Guzmán en La Pata de cabra las fantasmas por entre las rendijas de las sillas.

Yo nunca he visto fantasmas; pero entonces me digo: «Muy probablemente no tienes el olfato necesarioEs decir, que pongo el fantasma en lugar de un olor y viceversa. Por eso es que estoy por las dos opiniones. Como siempre digo, la verdad está entre los dos.

Mi imaginación los evoca; desfilan como los fantasmas del sueño del pasado y penetran al obscuro y olvidado panteón de las glorias del arte argentino; allí yo les levanto un monumento con los restos del guardarropa de Dagnino, en que había de todo; forma la base el casco de Gonzalo de Córdoba, cubierto por el manto lanar moteado, arminio de Isabel la Católica; Don Juan Tenorio vola sobre el Terremoto de la Martinica, mientras que la Campana de la Almudaina toca a rebato en la horca de los Escalones del Cadalso.

Las altas chimeneas como negros fantasmas, ni aun en aquella hora avanzada de la noche, dejan de vomitar vapores infernales. Nolo y Demetria las contemplan con horror y se muestran satisfechos cuando las dejan atrás. Llueve de nuevo y de nuevo se refugian bajo el corredor de una casa.