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Consideraba una desgracia el ser mujer. Los hombres le inspiraban envidia por su independencia. Podían mantenerse aparte, absteniéndose de las pasiones que desgastan la vida, sin que nadie viniera á importunarles en su retiro. Les era lícito ir á todos lados, recorrer el mundo, sin llevar tras de sus pasos una estela de solicitantes. Usted me es simpático, capitán.

¿Había conseguido realizar esa obra?... Otra vez su atención se trasladó del cielo de los recuerdos al espectáculo que tenía a la vista. Las primeras luces brillaban ya sobre el fondo pálido del crepúsculo, en las orillas del lago y por las faldas de los montes saboyanos; el fanal de una barquilla, cual astro luminoso, trazaba una estela en el agua.

Otros iguales a él avanzaban detrás de su estela con intervalos de centenares de millas, o marchaban delante con el mismo rumbo. Y desde el opuesto hemisferio, una fila semejante emprendía el regreso, moviéndose todos como un rosario de diligentes hormigas en la infinita llanura atlántica.

A la mura de babor se alzaba el gigantesco coloso del Estrecho de San Bernardino; á la proa teníamos la gran bocana que abre el hemiciclo que forma la rada de Legaspi, y por la que da entrada en las monzones del Noroeste á embravecidas mares que no encuentran barrera alguna desde las costas americanas, quedando tras la estela las arenas de Legaspi.

El mundo, en su movimiento de traslación, corría demasiado aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie. Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por mantenerse firmes durante muchos años, tal vez durante siglos, pero la velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atrás una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada.

A poco de ver el nieto de los Reyes Católicos reunidas en su sien las coronas de España y Alemania, la primera, por muerte de su padre Don Felipe el Hermoso y locura de Doña Juana, y la segunda, por muerte de su abuelo Maximiliano, apareció uno de esos genios que dejan de tarde en tarde por su valor, por su talento, ó por sus virtudes, una estela luminosa en el prosaico laberinto de intrigas y miserias que se agitan y revuelven en todas las etapas de los siglos.

Los gritos se detuvieron en sus gargantas y el oro ya no volvió a sonar en sus bolsillos. La pobre mujer había dejado detrás de ella como una estela de silencio y de estupor. El primero que se repuso fue el ayuda de cámara, que era lo que se llama un espíritu fuerte. ¡Voto a...! exclamó . He creído ver pasar a la miseria en persona. Me ha estropeado el año.