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Sus navegantes atrevidos bajaban á lo largo de la costa española, fundando ciudades que eran focos de civilización para los rudos íberos, así como Marsalia lo fué para los belicosos galos. Ferragut, al pasar ante el palacio de la Bolsa, lanzaba una mirada á las estatuas de los dos grandes navegantes marselleses Eutymenes y Pyteas.

23 Porque ellos también se edificaron altos, estatuas, y bosques, en todo collado alto, y debajo de todo árbol frondoso; 24 y hubo también sodomitas en la tierra, e hicieron conforme a todas las abominaciones de los gentiles que el SE

Dan impulsos de traer á aquellos parajes una colmena, para probar si la vista del hogar doméstico las hace romper el encanto que las tiene convertidas en pequeñas y mudas estatuas. Es esta flor la singularidad más peregrina que hemos visto.

A un lado, la puerta llamada de la Torre; al otro, la de los Escribanos, por la que entraban en otros tiempos, con gran ceremonia, los depositarios de la fe pública a jurar el cumplimiento de su cargo; las dos con estatuas de piedra en sus jambas y rosarios de figurillas y emblemas que se desarrollaban entre las aristas hasta llegar a lo más alto de la ojiva.

Digo de la poesía, de la música y aún del canto, lo que antes dije de las estátuas; lo que diria de las nubes, de las flores, hasta de los granos de arena. En Italia todo es más bello, porque todo tiene la triple belleza del cielo, de la tierra y de la historia.

La mansión de Montifiori revelaba bien claramente que el dueño de casa rendía un culto íntimo al siglo de la tapicería y del bibelotaje, del que los hermanos Goncourt se pretenden principales representantes: todos los lujos murales del Renacimiento iluminaban las paredes del vestíbulo: estatuas de bronce y mármol en sus columnas y en sus nichos; hojas exóticas en vasos japoneses y de Saxe; enlozados pagódicos y lozas germánicas: todos los anacronismos del decorado moderno; en fin, Montifiori, bien juzgado, era un poco burgués a lo monsieur Jourdain al fin.

Más fuerte y poderosa era la impresión, que hacían las numerosas procesiones que se celebraban con frecuencia en ciertas fiestas solemnes, llevando cuadros y estatuas adecuadas al objeto de la función, que pasaban en andas á la vista del pueblo arrodillado.

Estas damas eran pocas; la mayoría pecaban por el extremo de la seriedad insulsa, y en cuanto se veían expuestas a la contemplación del público, tomaban gestos y posturas de estatuas egipcias de la primera época.

En las cuevas se amontonaban muebles, cuadros, estatuas y cortinajes para adornar muchas viviendas. Don Marcelo se quejaba de la pequeñez de un piso de veintiocho mil francos que podía servir de albergue á cuatro familias como la suya.

Un día, un aeronauta, enredado en el cordaje de su barquilla, asfixiándose por el gas que se escapaba del globo, cayó en medio del Sena, entre dos hileras de pescadores, inmóviles como estatuas á lo largo del margen. Ninguno se movió.