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La virtud de doña Marcela es más firme que una roca, aunque para mi amor más que roca es lata. Erre que erre está ella siempre, volviendo por su honor, también como las damas calderonianas, por donde me temo que voy a sufrir constantemente el suplicio de Tántalo, o voy a tener que hacer la barbaridad o digamos la plancha de acudir al cura.

Su marido nos ha salido un borrachín, un bufao, que todos los domingos vuelve de la taberna de Copa a cuatro patas, como un burro, y lo han de meter en la cama para que duerma la mona un par de días. ¡Y qué pausas, Virgen santa! Mi pobre Pepeta pasa la vida de Santa Catalina de Sena, y la muy bestia, erre que erre, sin aborreser a ese pillo de Pimentó, que no vale ni un papel de fumar.

A me han dicho que allá en Rusia anduvo tras uno de esos melenudos que tiran bombas: un mozuelo con cara de mujer, que no la hacía caso porque le estorbaba en sus negocios. Y la niña, por lo mismo, erre que erre detrás de él; hasta que al fin lo ahorcaron.

A ese jardín fui y por él erré todo el resto del día, asombrado de haber sacudido mi yugo y más admirado todavía de la extremada intensidad de un recuerdo que había creído de buena fe que estaba adormecido. Poco a poco, como una hoguera que se reanima, sentí en todo mi ser aquel ardoroso despertar.

Háblale el Consuelo del Salvador, que ha de venir, para redimirlo del cautiverio. Luz del mundo ha de llamarse Aquella palabra eterna... , pues, me alumbra y me guía, me ilumina y me enseña, Todo se yerra sin ti, Todo contigo se acierta. Peregrino soy, luz mía, Erré la divina senda. Ven, lucero, que ya tengo En estas lágrimas, señas Que ya , divina Aurora, Que no amaneces sin ellas.