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Actualizado: 26 de junio de 2025
Y más que me cuentes entre ellos, y por tanto me reconvengas, pues si me preguntas por qué me entrometo yo también en embadurnar papel sin saber más que otros, te recordaré aquello de «donde quiera que fueres, haz lo que vieres». Así, si fuese a país de cojos, pierna de palo me pondría; y ya que en país de autorcillos y traductores he nacido y vivo, autorcillo y traductor quiero y debo, y no puedo menos de ser, pues ni es justo singularizarme y que me señalen con el dedo por las calles, ni depende además del libre albedrío de cada uno el no contagiarse de una epidemia general.
A los pocos días se declaraba una epidemia entre las gentes de tercera clase. Todas las noches echábamos al mar dos o tres. Nuestra preocupación era que no se enterasen los pasajeros de primera. Jamás he visto un viaje con tantas fiestas. Casi todos los días banquete extraordinario; por las noches veladas musicales, bailes.
Dios le tenga en su gloria! añadió la madre. Sobre la conciencia de la maldita cantatriz va la muerte de ese hombre de bien dijo el general. Yo, que me creo invulnerable prosiguió Rafael , aunque no había tenido la epidemia, fui a verle cuando supe que estaba enfermo. ¡Mi buen Rafael! dijo la condesa tomando la mano de su primo.
Las casas madrileñas son malas y son caras porque son pocas. Claro que el Gobierno podría intervenir en este asunto; pero yo confío más en una nueva epidemia que reduzca a un cincuenta por ciento la población de nuestra capital. ¡Las casas de Madrid! Hace tiempo que yo me lancé a buscar una, y no recuerdo haber experimentado jamás mayores vejaciones.
Que el medicamento posee las propiedades de tal de una manera absoluta, es incontestable. Pero la accion de estas propiedades es relativa al estado en que se halla el indivíduo enfermo. Así se observa, que mientras en una epidemia produce buenos resultados un medicamento dado, en otra, al parecer semejante, es otro el mas eficaz.
Estas misteriosas apreciaciones sobre cosa tan notoria como la existencia de la epidemia no llamó la atención de Gracián, porque su trato frecuente con el pueblo bajo de Madrid le había acostumbrado a oír sin sorpresa los despropósitos del vulgo. Todo lo que es razonable y conforme al sentido común se resiste a la mente del vulgo.
A lo mejor, el jefe de una legión nota el malestar de sus soldados. Se muestran melancólicos y pálidos, parece que sueñan despiertos, aspiran el aire como si les trajese perfumes y músicas. Esta epidemia militar es más frecuente en la primavera que en el resto del año. «Mañana, maniobras», ordena el jefe.
Heredó Tablas su mal; pero por aquel don de inmunidad que acompaña, según un viejo refrán, a la mala hierba, el animal venció a la epidemia asiática, o esta quizás asustose de él, dejándole libre, aunque muy bien recomendado a un cáncer que le tomó por su cuenta algunos años adelante.
Esto fué contagioso, pues inmediatamente estornudaron también las hermosas muchachas de la Guardia, los pajes de los abanicos, los conductores de las literas de honor, y, como si las ondas del aire transmitiesen la epidemia con la rapidez de un huracán, estornudaron igualmente todos los diputados y senadores de las tribunas, así como los altos personajes del estrado del gobierno.
El secretario cogió un librote, lo hojeó y dijo: Tenemos en el almacén un antiguo notario condenado á veinte años por haber arruinado un pueblo entero de provincia... Nos presta muy buenos servicios... Aquí, en el hospital, hay un médico condenado á perpetuidad por haber envenenado á su querida... Estuvo admirable, hace poco tiempo, cuando la epidemia de viruela: sin su abnegación, no sé cómo hubiéramos salido del paso... Yo no quiero que me cuide otro médico cuando esté malo... Y la familia del gobernador forma parte de su clientela...
Palabra del Dia
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