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Actualizado: 6 de julio de 2025
Arriba, faltóle el valor a la señora y entregó la lámpara a su hermano, pidiéndole entrara primero... Ya le parecía ver el cuerpo de Quilito, inanimado, en medio de la pieza. Don Pablo tomó la lámpara, y, ¿era el viento o eran sus nervios? la lámpara bailaba en su mano, a riesgo de volcarse.
Y se entregó a unos amores de imaginación, en los cuales la distancia hermoseaba aún más a aquella mujer. Sintió el deseo vehemente de volver a su ciudad. La ausencia y la distancia parecían allanar los obstáculos.
Este, no pudiéndose sustraer a la influencia de las costumbres civilizadas que prevalecían en despecho del poder, se entregó a la dirección de la parte culta, hasta que fué vencido por Brizuela, jefe de los riojanos, sucediéndole el general Benavides, que conserva el mando hace nueve años, no ya como una magistratura periódica, sino como propiedad suya.
41 Y los entregó en poder de los gentiles, y se enseñorearon de ellos los que los aborrecían. 42 Y sus enemigos los oprimieron, y fueron quebrantados debajo de su mano. 43 Muchas veces los libró; mas ellos se rebelaron a su consejo, y fueron humillados por su maldad. 45 y se acordaba de su pacto con ellos, y se arrepentía conforme a la muchedumbre de sus misericordias.
El ujier, pidiendo disculpa por la contravención, le entregó un pliego del procurador general: dos palabras subrayadas en un ángulo del sobre, indicaban que la comunicación era urgente. Ferpierre rompió distraídamente el sobre, pues nada le parecía urgente si no era salir de una situación tan ambigua. Dentro había dos papeles: un telegrama y una nota del procurador general.
Montáis en él y os vais sin que nadie se entere... Y ahora, Tristán añadió poniéndole una mano sobre el hombro , sólo me resta que decirte una cosa. Te entrego a mi hermana, mejor dicho, te entrego a una hija adorada, pues eso ha sido para mi siempre la que hoy es tu esposa. Mi cariño y mi vigilancia han protegido sin descansar jamás su inocencia.
Un día le embargaron todo, y Estupiñá salió de la tienda con tanta pena como dignidad. ii Aquel gran filósofo no se entregó a la desesperación. Viéronle sus amigos tranquilo y resignado. En su aspecto y en el reposo de su semblante había algo de Sócrates, admitiendo que Sócrates fuera hombre dispuesto a estarse siete horas seguidas con la palabra en la boca.
El dia siguiente la confusa multitud del consejo general que constaba de todos los que ganaban sueldo, junta en el campo, espero al infante. Vino acompañado de los de su casa, y de muchos capitanes, entregó las cartas á un secretario, y mandó que en público se leyesen.
¡Ah! ¿vuecencia es grande de España? ¡El duque de Uceda! ¡Ah! ¡ah! ¡una linterna! ¡una linterna pronto! exclamó la misma voz, que no era otra que la del licenciado Sarmiento. Hizo luz uno de los alguaciles, es decir, abrió su linterna que entregó al alcalde, y éste vió con la luz de la linterna el rostro al duque de Uceda.
A estas palabras y a las ideas que ellas resucitaban en su alma, la hermosa morisca no pudo detener el llanto, y, aplicando en sus ojos un blanco lienzo, se entregó por algunos instantes a lo más acerbo del dolor.
Palabra del Dia
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