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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Levantábase del suelo don Guillén, y Angustias se precipitó en sus brazos, tendiendo hacia él los labios sedientos, la cabeza derribada hacia la espalda, como inerte. Don Guillén le enderezó suavemente la cabeza y le besó la frente.
Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración. El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocio para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
Hacia el palacio de Quiñones enderezó, pues, sus menudos y graciosos pasos. Era la hora del oscurecer. Halló a la señora sentada en su gabinete, sin luz, entregada sin duda a una de esas intensas y dolorosas meditaciones que desde hacía algún tiempo la embargaban.
Allí fue donde el boticario padre enderezó estas pocas al farmacéutico hijo: Verdaderamente es raro, ¡caray! sí, señor... es raro.
Y tomando su caballo mancarron viejo, que desde el principio le dieron, se enderezó á seguirlos, y resagándose, vino la noche, y dejó el rumbo, tomándole hácia la costa del mar, que caminando toda aquella noche y el medio dia siguiente, se puso en ella, y á las orillas de un pequeño riachuelo, con algunos sauces, á su sombra sesteó: y á hora de visperas vió venir á él un indio á caballo que le dió bastante susto, pero el tal indio era de la gente del cacique, que nombran D. Nicolas Bravo, quien de paz comunica y comercia con esta ciudad.
Y apoyó vigorosamente sus espuelas en los flancos del caballo que dio una violenta sacudida. Entonces el animal se enderezó bruscamente y dio un salto tan prodigioso, que los dos alguaciles rodaron por el suelo... ¿Que quién soy?... ¡soy el gitano, el bohemio, el maldito, el condenado, si usted lo prefiere, digno alcalde!
De pronto una terrible contracción la estremeció, abrió los ojos, se enderezó sobre la punta de los pies para llegar a mi altura y arrojándose a mi cuello con toda su fuerza fue ella a su vez la que me besó. La agarré de nuevo, la reduje a defenderse como una presa que se debate contra un abrazo desesperado. Tuvo la noción de que estábamos perdidos y lanzó un grito.
Pero de repente se enderezó, se volvió y dió á correr como un insensato en dirección á la calle Ancha de San Bernardo, atraído por ese magnetismo horrible que existe entre el asesinado y el asesino. Cuando llegó hubo de detenerse; la afluencia de gentes le había cortado el paso. La calle estaba llena. Y nada tenía esto de extraño.
¡Tal vez era posible que estuviera en posesión de la clave del problema que teníamos allí desplegado, y que se estuviese enterando del secreto de Burton Blair, mientras nosotros permanecíamos ignorándolo! De pronto, el anciano y enjuto marino se enderezó, y, mirándome, exclamó, con una sonrisa de triunfo: Mire, señor Greenwood; aquí hay cuatro palos, ¿no es verdad?
De pronto, tomando con sus dos manos los brazos de su sillón, se enderezó tan alto como era; una llama guerrera brotó de sus profundas órbitas y exclamó con una voz sonora que me hizo extremecer: ¡Barra al viento, todo al viento! ¡Fuego á babor! ¡Atraca, atraca; arrojad los ganchos! ¡Con vigor! ¡Ya lo tenemos! ¡Fuego allá arriba! ¡Un buen escobajo! ¡Limpiad el puente! ¡A mí ahora! ¡juntos! ¡Sus! ¡al inglés, al sajón maldito! ¡hurra!
Palabra del Dia
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