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Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes.

Al oír aquel nombre Ramiro se enderezó con viveza y abrió del todo los ojos para disipar con la luz el doloroso recuerdo. El sol, inclinado hacia el poniente, reverberaba en las fachadas fronteras y hacía resplandecer en las ventanas y balcones las joyas, el azabache, la blanca piel de los guantes, los abanicos dorados. Llegoles por fin el turno a los que habían de morir.

24 Y luego el padre del muchacho dijo clamando con lágrimas: Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad. 25 Cuando Jesús vio que la multitud concurría, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. 27 Pero Jesús tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó.

La nave, que estaba muy inclinada por estribor, se enderezó un tanto; pero en seguida volvió a acostarse. Oyóse en esto un ruido sordo en la estiba. ¿Qué es eso? preguntó el Capitán, admirado e inquieto . ¿Habéis oído? dijo Cornelio, poniendo atención . He oído un ruido extraño. ¿Habrá alguien en la estiba? ¿Tal vez algunos salvajes escondidos? No es posible.

En cuanto alzó los ojos, que la excesiva claridad le obligara a cerrar, enderezó la mirada a la señora de la casa, sentada en una butaca. Clavó ella a su vez en él otra intensa y ansiosa. Fue un choque que dio instantáneo reposo a sus fisonomías, como dos fuerzas iguales que se neutralizan.

Santiago, un poco más tranquilo, se atrevió a levantar la cabeza, pero la bajó prontamente al oír un crujido de la tartana, y luego la volvió a levantar, sin ver esmeriles ni escotillas. Como nada da tanta tranquilidad como un peligro pasado o evitado, Santiago se enderezó presa de un ardor marcial, y trepó a bordo de la tartana seguido de sus diez hombres, a quien su ejemplo electrizaba.

El tiempo corría, mientras tanto, sin ninguna nueva emoción; las anteriores iban calmándose un poco, Juana y su madre, tomadas de la mano y sin hablar sentíanse como adormecidas por un suave entorpecimiento de los sentidos. Era un poco más de las cinco de la tarde, cuando Juana se enderezó repentinamente; había vuelto a oír resonar el timbre del vestíbulo. Esta vez ... ahí está dijo.