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Actualizado: 20 de junio de 2025


Aquella mancha, que parece embadurnada con hollejo de uva negra por la mano lúbrica de un sátiro en el delirio bucólico de la vendimia, sugiere una historia trágica de amor, íntima y sellada. La monja debió de haber sido linda, a pesar de la mancha bochornosa, y todavía más que linda, a causa de la mancha, para un espíritu apasionado y propenso a las emociones dramáticas, como es el de Apolonio.

¿Por qué estaba tan alegre esa muchacha?... repitió la señorita Guichard pensativa. Pasó la velada jugando al bezigue con Bobart y soñó por la noche que Roussel había entrado á viva fuerza en el castillo, con la cara embadurnada de negro, como los antiguos bandidos, y la había puesto un puñal en la garganta para obligarla á decir dónde había ocultado á su sobrina.

En el de la otra buhardilla le esperaba la mujer del Tuerto, con los párpados hechos ascuas, las greñas sobre los ojos, la cara embadurnada con la pringue de las manos disuelta en lágrimas, en mangas de camisa, desceñido el refajo y medio descubierto el enjuto seno.

Sin embargo, cuando volvimos a casa tuve la buena fortuna de poder hablarla un rato aparte, gracias a Perico, el chiquillo de marras, con quien casualmente tropezamos. Verle y apoderarse de él, y sonarle y limpiarle la embadurnada cara con su pañuelo, fue todo uno para la hermana.

La blanca novia, embadurnada en polvos de arroz, como un pez antes de ser introducido en la sartén, temblaba de impaciencia y maltrataba a todo el mundo con admirable imparcialidad. Y el alcalde del distrito décimo, con su faja reglamentaria, paseábase por un gran salón vacío preparando una improvisación.

Para que nada faltase a esta obra de arte, hallábase embadurnada, desde la punta del exagerado sombrero hasta los pies, de un brillante color de rosa. Aquí tienes, dijo Antonio, a la persona que prometí presentarte. Como ves, es una obra de arte. Se llama Herrera Goya.

Lo más particular fue que si cuando la fisonomía del Pituso estaba embadurnada creyó Jacinta advertir en ella un gran parecido con Juanito Santa Cruz, al mirarla en su natural ser, aunque no efectivamente limpia, el parecido se había desvanecido. «No se parece» pensaba entre alegre y desalentada, cuando Izquierdo le señaló la puerta para que entrase.

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