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Actualizado: 24 de julio de 2025
La Acción Francesa le apoyará; saldrá usted con dos conservadores, que se disfrazarán de moderados; yo y Chaulard, el liquidador, corremos con los gastos...» ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar...? Hubiese aceptado. ELOY. ¡Yo lo rechacé! ¡No se ha hecho ese pan para mis dientes! EL JUEZ. ¡Bah! ¡La cuestión es comer!
EL JUEZ. Estos escrúpulos le honran. ¡Pero después se ha desquitado usted...! ¡Las quería usted menores, picarón! ELOY. ¡Yo picarón...! ¡Usted tiene ganas de broma...! ¡Aborrezco el amor, así se trate del conyugal...! EL JUEZ. ¡Usted oculta sus intenciones, mi querido diputado! ELOY. Le repito que soy víctima de una maquinación. La culpa de todo esto la tiene la Proporcional.
ELOY. Esperamos a que acabara esta triste exhibición; luego se adelantó Chabornac, se llevó aparte a la rapaza durante algunos minutos y después de esto me la trajo, diciéndome: «¡Aquí la tiene, señor Genvrain!
Sobre el bureau está inclinado un caballero joven, delgado y más bien elegante, con el aspecto de un primer actor del Vaudeville: nariz roma, boca glotona, ausencia de cejas y calvicie agresiva. Este magistrado, poco decorativo, se levanta cortésmente e indica una silla Imperio que hay junto a su temible bureau. EL JUEZ. Es usted el señor Eloy Genvrain, diputado del Bajo Saona, ¿verdad?
A partir de aquel día, recibí extraños ofrecimientos: me proponían entrar en Consejos de Administración y patrocinar negocios comerciales. Iba a ganar miles y más miles. ¡No se me exigía trabajo alguno! EL JUEZ. ¡Y decir que yo he buscado durante toda mi vida una ganga como esa! ELOY. ¡Es usted una criatura!
ELOY. Quiero decir que nunca la había engañado hasta estos últimos tiempos. ¡Y algún mérito tenía el conservar esta constancia...! Soy diputado desde hace cinco años. ¡Excuso decirle las tentaciones que habré tenido que sufrir en los teatros subvencionados! Además, he redactado el informe de Bellas Artes. ¡Y he permanecido casto...! ¡Este hecho es único en los anales de Bellas Artes!
EL JUEZ. ¡Evidentemente, usted se dejó engañar por las apariencias...! ELOY. Fuimos a comer al restaurante Duval para acabar nuestra conversación; el miserable Chabornac me hacía beber, mientras que yo multiplicaba los sabios consejos a la rapaza; ésta estaba sentada a mi lado; me contemplaba con sus grandes ojos y murmuraba: «¡Qué bien habla usted...! Habla como mi confesor.
Señor juez: ¡soy víctima de una abominable maquinación! ¡Han logrado dar un golpe de chantage político sin ejemplo en la historia del sufragio universal! EL JUEZ. ¡No veo la relación que pueda tener esto con el sufragio universal! ELOY. ¿Me juzga usted culpable? EL JUEZ. Yo le pregunto solamente si confiesa los hechos.
ELOY. Sin embargo, yo no era lo suficientemente estúpido para dejarme atrapar; cuando los otros vieron que por este camino no iban a conseguir nada, ensayaron otra martingala: me mandaron a Chabornac; éste es uno de mis electores más influyentes, un encargado de café-cantante de toda mi confianza.
EL JUEZ. No comprendo cómo la Reforma electoral le ha impulsado a llevar a una menor a una casa de citas. ELOY. Porque usted no conoce la perfidia de los competidores. Voy a desenvolver ante usted toda la canallada de mis adversarios. ¡Podría hacerse con ella una película...! Está usted aquí para defenderse y yo le escucho con paciencia. ELOY. Mi historia será breve.
Palabra del Dia
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