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JULIA. ¡No, mamá! Es una muchacha que carece de condiciones para el estudio... El despacho de un juez de instrucción; moblaje pobre; un bureau debajo de una ventana; tres sillas; una biblioteca con cortinillas, que probablemente no encierra ningún libro; una puertecilla, que da a las habitaciones del escribano, invisible; se entra por otra puerta que hay en el fondo.

Sobre el bureau está inclinado un caballero joven, delgado y más bien elegante, con el aspecto de un primer actor del Vaudeville: nariz roma, boca glotona, ausencia de cejas y calvicie agresiva. Este magistrado, poco decorativo, se levanta cortésmente e indica una silla Imperio que hay junto a su temible bureau. EL JUEZ. Es usted el señor Eloy Genvrain, diputado del Bajo Saona, ¿verdad?

Fermín miró con inquietud el vasto salón del escritorio y se fijó después en un despacho contiguo, donde en medio de la soledad alzábase majestuoso un bureau de lustrosa madera americana. «El amo» no había llegado aún. Y el joven, más tranquilo ya, sentose ante su mesa y comenzó a clasificar los papeles, ordenando el trabajo del día.

Volvióse el viajero rápidamente al verle, como para evitar su encuentro, y entróse en el bureau de réception para entregar su tarjeta. Mas el viejo, aligerando el tardo paso y alcanzando al fin al fugitivo, le gritó en castellano: ¡Jacobo! ¡Polaina! ¿Me huyes?... Señal de que traes dinero.