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Hasta doña Manolita, dejándose llevar del entusiasmo de su marido, o bien compartiéndole, no había pensado más que en las elecciones. Doña Luz y el padre eran sin duda las dos únicas personas de cierta posición en todo el distrito, que no habían pensado en éste ni en el otro candidato, y que no se habían afanado por el triunfo de cualquiera de ellos.

Los más bulliciosos correligionarios le rodearon para hablar una vez más de la gran noticia que hacía una semana traía revuelto al partido. Iban a ser disueltas las Cortes; los diarios no hablaban de otra cosa. Dentro de dos o tres meses, antes de finalizar el año, nuevas elecciones, y con ellas el triunfo ruidoso y unánime de la candidatura de Rafael.

Sólo «los de la idea» acudían a los lugares donde se verificaba la votación: la ciudad parecía ignorar la existencia de las elecciones. Había en las calles grandes grupos discutiendo con apasionamiento; pero sólo hablaban de toros. ¡Qué gentes!... El Nacional recordaba indignado las trampas y violencias de los enemigos al amparo de esta soledad.

La serenidad del cacique le sacó de tino. ¡Me pasmo, caramelos! ¡Me pasmo de verle con esa flema! ¿O no sabe lo que pasa? Yo no me apuro por cosas que están previstas. En materia de elecciones no se me coge a de susto. ¿Usted se esperaba lo que ocurre? Como si lo viera. Aquí está el abad de Naya, que puede responder de que se lo profeticé. No atestiguo con muertos.

El diputado español, en cambio, lejos de cobrar, paga. ¿Sabe usted cuánto me han costado a las elecciones? Veinte mil duritos. Así se demuestra el amor a la patria. Y aquí me tiene usted, en pleno mes de agosto, respirando este aire corrompido. Es el aire de la política. Yo había oído hablar de él, pero no lo había respirado nunca.

Trabajos preparatorios para girar una visita á la provincia. Preliminares de quintas y elecciones. Andoy. Laboriosidad y mutismo. El 1.° de Abril. Salida de Tayabas. El río Alitao. Barrio de Muntingbayan. Camino de Tayabas á Sariaya. El gobernador D. José María de la O. Mi estancia en Tayabas se prolongaba mucho más de lo que yo me propuse.

A éste le molestaba ya bastante la flojera y falta de formalidad del candidato. El candidato había prometido visitar el distrito; las elecciones se venían encima, y el tal D. Jaime no llegaba. Su contrario estaba, ya instalado en casa de D. Paco, prometiendo empleos para cuando volviese al poder, que sería pronto, vendiendo protección, y conquistando voluntades.

Sucedió pues, que siendo costumbre de tiempo inmemorial, que acabadas las elecciones, y confirmadas por el corregidor en la casa capitular, pasaba todo el Cabildo á la iglesia mayor á oir la misa de gracias, se dirigieron los Cabildantes á esta pia demostracion, pero estando ya á las puertas de la iglesia, salió al encuentro el sacristan para decirles que no habia misa, porque ninguno habia dado la limosna.

Tenía muy presente al padre de Rafael, el hombre más eminente que había conocido en su vida y le parecía verle aún como cuando se detenía ante su casita de hortelano, sobre su enorme rocín y con aire de gran señor le ordenaba lo que debía hacer en las próximas elecciones.

Muy señor mío: Su artículo sobre las elecciones, publicado en El Sol del día 13, contiene varias inexactitudes que me apresuro a rectificar. Dice usted que los votos constituyen en España una gran industria. ¡Ay, señor Camba! Como tantas otras, esta industria ha venido aquí considerablemente a menos. La concurrencia es terrible. Hay quien vende su voto por dos duros.