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El boticario le estuvo mirando algunos segundos con extraordinaria dureza; después exclamó: ¡Por egoísmo! Y soltándole el brazo, dio rápidamente unos cuantos pasos dejándole atrás. ¿Cómo? ¿cómo? dijo Miguel todo asombrado. El boticario sin volverse, pero haciendo un ademán expresivo con el brazo, volvió a exclamar con más fuerza: ¡Por puro egoísmo!

Como muchos hombres inflexibles y violentos dejaba que el mal creciera al favor de su propia negligencia, hasta que se accediera con una fuerza que lo exasperaba. Entonces se volvía de un rigor feroz, y su dureza se tornaba inexorable.

¡Pobre mujer, yo! replicó con dureza la señora Chermidy . ¡Bueno, , soy digna de compasión porque he sido engañada, porque han abusado de mi buena fe, porque el cielo y la tierra unidos han conspirado para traicionarme, porque me han robado un nombre, una fortuna, al hombre que yo amaba y al hijo al que di vida entre dolores y sollozos!

¡Calla, Gabriel! dijo el campanero con dureza . Si te dejo, hablarás hasta el amanecer.

Villa, guiñándome el ojo, entabló nueva conversación, y a los pocos momentos nadie se acordaba de tal desagradable incidente. Dormí bastante mal aquella noche. De un lado, la incertidumbre sobre lo que debía hacer para ponerme de nuevo en relación con mi adorada monja, de otro, la dureza bravía de la cama, me hacían dar más vueltas que un argadillo.

» díjeme interiormente; no niego que semejante matrimonio puede perderme para siempre en el mundo; ¡pero no puedo explicarme cómo encuentro en Teobaldo tanto rigor y tanta dureza!

¿Y el robo también? la interrumpí con mal disimulada dureza. ¡Señor! me respondió como aterrada por el sonido de la pregunta . Aunque capaz fuera de eyu, ¿qué yo ónde guarda las riquezas el mi amo, ni si las tiene en casa tan siquiera? Esto, por las buenas; porque si aún la parecía mucho, acudiría a las malas, pues, por las malas o por las buenas, ello había de hacerse, y en el aire.

¡Ah! basta repuso el conde con dureza, procurando desasirse. Pero ella le retuvo todavía, empujándole suavemente delante de , con ademán suplicante; recostose el barón en la chimenea con la actitud resignada del verdugo.

El dolor en ellos ha de asemejarse no poco al dolor en nosotros, por donde es justo que los compadezcamos y que si no les tenemos compasión se nos acuse de dureza de entrañas.

En tanto Fortunata movía la cabeza afirmativamente con insolente dureza, repitiendo: «Soy... soy... soy la...». Pero tan sofocada estaba, que no articuló las últimas palabras. La Delfina bajó los ojos, y dando un tirón se soltó. Quiso decir algo, no pudo.