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Ayudaba a componer el menú de la cena; elegía los vinos; indicaba los mejores cantantes y cantatrices, a quienes se invitaba también al gabinete. Luego se sentaba en un extremo de la mesa, con su botella de champaña, que los criados le llevaban cada vez que cambiaba de sitio. Cuando le dirigían la palabra se sonreía, y diríase que hablaba mucho, aunque guardaba, en realidad, casi siempre silencio.

Es verdad que supe después a quien se dirigían sus obsequios y con quién sostenía una correspondencia clandestina... ¡Era Elena!... Decididamente, la mujer ha nacido perversa y engaña desde la cuna por una necesidad de su naturaleza. ¡Qué bien inspirado está el que se conserva a distancia del peligro femenino!

Las tres amigas, seguidas a corta distancia de las dos madres, se dirigían a él, algo más peripuestas de lo que habían pensado por la mañana, porque a última hora se supo que acababa de llegar un gran contingente de bañistas de buen humor, que no faltarían al baile.

Todos ellos se habían despedido ya de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigían, entre lágrimas, palabras de cariño y desesperanza. Entretanto, algunos otros, tan desdichados como ellos, se deshacían á duras penas de los lazos con que el parentesco y la amistad querían conservarlos algunos momentos más en tierra.

Se les reconocía por sus boinas encarnadas que contrastaban con las negras monteras puntiagudas de los hijos del valle: se les reconocía aún más por sus rostros macilentos, donde el agua no había logrado borrar por completo las manchas del carbón. Hablaban entre y dirigían miradas insolentes, provocativas á todos los que allí había.

Casi todas sus palabras se dirigían a María, preguntándole y haciéndole repetir infinitas veces los sucesos de la noche anterior, prodigándole elogios desmesurados por su fortaleza y felicitándose de tener una hija tan buena. Hija mía..., pide a Dios por mi salud. Dios no puede... negarte nada.

A las tres de la tarde salió del Hotel de París. Acababa de almorzar, solo, sin fijarse en las miradas que le dirigían de las otras mesas, evitando esos saludos amables que inician una conversación. Llevaba en la boca un grueso cigarro, y sus piernas, aunque firmes, estaban agitadas interiormente por un cosquilleo voluptuoso.

Si les sorprendía la noche en su encierro, se dirigían á toda prisa á un café del interior de la ciudad, una cervecería, cuyo dueño hablaba en voz baja con Freya, empleando el idioma alemán. Siempre que la doctora estaba en Nápoles los sentaba á su mesa, con el aire de una buena madre que recibe á su hija y á su yerno.

La policía había conocido su presencia en Francia por una carta que le dirigían sus jefes desde Barcelona, torpemente desfigurada, escrita con arreglo á una clave cuyo misterio estaba descubierto por el contraespionaje francés mucho tiempo antes.

Tonito Cepeda era más que chic, más que pschutt: era v'lan, tschock. Mas el pobrecito joven, incapacitado de poner precio a las innumerables consultas que de todas partes le dirigían, andaba lleno de trampas y no tenía dónde caerse muerto.