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También D. Manuel José Quintana, nacido en Madrid en 1772, demostró felices disposiciones para la tragedia en su Pelayo, que se distingue por la grandeza de sus ideas y por su dicción enérgica y perfecta. Téngase presente, no obstante, cuando hablamos del lenguaje de todas estas tragedias, que, en lo general, están escritas en yámbicos sueltos de cinco pies, sin rima alguna.

A pesar de todas las licencias, que concedemos en general á la dicción poética; á pesar de la afición pronunciada, que sentimos por la lengua y la poesía española, ni nos es posible alabar ese estilo, ni tampoco nos satisface ni nos agrada.

Pobreza de invención, falta de plan verdaderamente dramático, singular afición á la grosería y á los equívocos, y ausencia total de poesía, son las cualidades características de todos estos ensayos, no compensadas, sin duda, por algunas excelencias, como el ingenio de sus autores, su fácil dicción y buenos versos.

Todas las teorías novísimas le cautivaban, mayormente cuando eran enemigas de la tradición. El transformismo en ciencias naturales y el federalismo en política le ganaron por entero. Tenía gran facilidad de dicción. Se asimilaba prodigiosamente las ideas de los libros y las ideas de los maestros orales, sus frases, su estilo y hasta su metal de voz.

Paz, paz, entran diciendo con voz alta, El nombre Don Antonio, y apellido Invocan, que no hizo alguna falta A su negocio: luego el afligido Y triste pueblo, viendo como falta La fuerza, á su diccion quedó rendido. Un mancebo murió, que resistia: Machado lo causó, bien se decia.

El que lea estas últimas, que son La Isabela y La Alejandra, bajo la impresión de las desmedidas alabanzas, que Cervantes les prodiga, sufrirá triste desengaño, y confesará á la postre que sólo merece celebrarse la elegancia de su dicción y alguna que otra escena.

Don Roque de la Riva, alcalde constitucional de Sarrió, a quien hemos tenido el honor de comparar, cuando por primera vez le vimos en el teatro, a un cortesano de Luis XV, o a un cochero de casa grande, no se distinguía por la pureza de la dicción; antes era ésta tan atropellada y confusa, que al interlocutor le costaba gran trabajo entenderle.

No se pueden leer las novelas de Flaubert, sobre todo, sin sentirse subyugado por aquella dicción pura y pintoresca que hace surgir ante nuestra vista tanta imagen graciosa, tanto cuadro brillante. Sin embargo, se ha abusado de esta cualidad feliz.

Prevaleció el amaneramiento de decir siempre que los tiempos eran muy malos, pero muy malos; el lamentarse de la desproporción entre sus míseras ganancias y su mucho trabajar; subsistió aquella melosidad de dicción y aquella costumbre de preguntar por la familia siempre que saludaba á alguien, y el decir que no andaba bien de salud, haciendo un mohín de hastío de la vida.

Su dicción, ajustándose siempre perfectamente á la índole del asunto, pasa en ligeras transiciones desde el tono ligero y fácil de la conversación más frívola hasta el estilo poético más elevado, revistiéndose de la forma que cuadra al trato común y ordinario, ó de la que conviene á los rasgos más cáusticos del ingenio, ó á la violencia arrebatadora de la pasión.