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Actualizado: 23 de julio de 2025


El hombre compensó con los goces de aquella noche los sufrimientos y tristezas de tantísimos meses. Toda la gente que próxima estaba, mirábale con cierta expresión de asombro y respeto, como se mira a quien es, ha sido o va a ser algo en el mundo. En cuantos asuntos se trataron aquella noche en el círculo, Rubín hizo gala de las ideas más sensatas. Era preciso moralizar la administración provincial, desterrar abusos; sobre todo, en el destierro de los abusos insistió mucho. Su plan de conducta era muy político... contemporizar, contemporizar mientras se pudiera, apurar hasta lo último el espíritu conciliador; y cuando se cargara de razón, levantar el palo y deslomar a todo el que se desmandase... Mucho respeto a las instituciones sobre que descansa el orden social. Cuando va cundiendo el corruptor materialismo, es preciso alentar la fe y dar apoyo a las conciencias honradas. Lo que es en su provincia, ya se tentarían la ropa los revolucionarios de oficio que fueran a predicar ciertas ideas. ¡Bonito genio tenía él...! En fin, que el pueblo español está ineducado y hay que impedir que cuatro pillastres engañen a los inocentes... La mayoría es buena; pero hay mucho tonto, mucho inocente, y el Gobierno debe velar por los tontos para que no sean engañados... En cuanto a moralidad administrativa, no había que hablar.

Y para vigilar toda la iglesia y tener cuenta que ningún muchacho se excediese, abrió con la muleta un pasillo por el centro y comenzó a pasear por él gravemente desde la puerta hasta el altar mayor y viceversa, apercibido a moler los cascos al primero que se desmandase. El excusador principió en tono muy bajito, muy bajito, para mayor solemnidad.

Para Luis, la cuestión era sencillísima. Un poco de caridad; y después religión, mucha religión, y palo al que se desmandase. Contestaban a esto los rebeldes que la caridad no era bastante, y que, a pesar de ello, mucha gente vivía en la miseria. ¿Y qué podían hacer los amos para remediar lo que era irremediable?

Nos alojó en su palacio, en tanto se llevaba a cabo la instalación de la zapatería de mi padre, un establecimiento por todo lo alto, pues resultó que las instrucciones del difunto conde consistían en que una parte del legado se emplease en este fin, que la duquesa presidiese en todo lo tocante al buen empleo del dinero, que buscase clientela segura y estuviese al cuidado de que mi padre no se desmandase.

Doña Inés había mostrado cierta repugnancia a que el boticario viniese; pero don Andrés había conseguido vencerla, no sin prometer antes leer al boticario la cartilla para que no se desmandase ni dejase escapar alguna barbaridad impía o librepensadora.

Palabra del Dia

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