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Actualizado: 5 de octubre de 2025
La Dama de las Sombras coquetea con los siete Mancebos del Pecado, que, por sus ojos verdes, andan a estocadas en las desiertas callejuelas. Pero ella me prefiere a mí, pobre poeta nocturno y lunático, y me da su boca amarga y sus senos magníficos de dogaresa artista, sensual y dramática.
Así le miraba a él, así le sonreía en la época feliz, cuando cabalgaban juntos en las desiertas campiñas iluminadas de suave carmín por el sol moribundo. «¡Mardita sea!...» Pasó malhumorado la noche con unos amigos, luego durmió mal, viendo reproducidas muchas escenas del pasado. Cuando se levantó entraba por los balcones la luz opaca y lívida de un día triste.
Nosotros, gentes del campo, no hacemos mal á nadie y nada debemos temer.» Cuatro horas después, al bajar una de las pendientes que forman el valle del Marne, vió á lo lejos los tejados de Villeblanche en torno de su iglesia, y emergiendo de una arboleda las caperuzas de pizarra que remataban los torreones de su castillo. Las calles del pueblo estaban desiertas.
El canto de un pinzón se prolongaba infinitamente en las alamedas desiertas y mudas, sin obstáculos a la vibración, embebidas de aire húmedo y penetradas de silencio.
Ellos eran miles de cascos brillando al sol; miles de gruesas botas levantándose con mecánica rigidez todas á un tiempo; las trompetas cortas, los pífanos, los tamborcillos planos, conmoviendo el augusto silencio de la piedra; la marcha guerrera de Lohengrin sonando en las avenidas desiertas ante las casas cerradas.
Sin esta máscara no podré continuar. Algunos rostros de tejedoras, de fruteras, de simples mozas de cántaro, desfilaron por su mente. El sol se había puesto. Las calles estaban desiertas.
Después de pasar por algunas ventas medio desiertas, que sirven para relevar los tiros, dimos á unos 36 kilómetros de Jaen con el pueblo llamado Campillo-de-Arenas, de 1,900 habitantes, situado en una pequeña planicie, de la cual y las colinas vecinas se saca algun partido para la produccion general de Andalucía, que consiste en vinos, aceite, frutas y granos principalmente.
Las anchas playas del rio Tuyche qué está á poca distancia, los bosques de sus orillas, las llanuras de Piliapo, la quebrada de San-Antonio, y otros muchos parages donde los habitantes usurpan á la accion constante de la vegetacion silvestre algunas partículas de terreno para sus labranzas, prueban en efecto la grande feracidad de aquellas regiones casi desiertas.
La más dura de sus tareas es el embarque de la leña. Ningún vapor del Magdalena navega a carbón; los bosques inmensos de sus orillas dan abundante combustible desde hace treinta años, y la mina está lejos de agotarse. La leña se coloca en las orillas desiertas, el buque se acerca, amarra a la costa y toma el número de burros que necesita.
Y entonces se percibe en lo hondo una voz que grita: «No, no hay habitación en esta casa». ¿Sabe usted? me dice el zagal . Es que ha llegado una estudiantina, y están todas las fondas ocupadas. Vuelve a rodar la tartana por las calles desiertas. Se oyen, a lo lejos, dos campanadas largas. Son las dos y media. Otra puerta torna a ser aporreada formidablemente. Tampoco hay habitación en esta casa.
Palabra del Dia
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