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La aristocracia, creía ella, que dormitaba siglos hacía en dorada servidumbre, y que, contenta o resignada con vanas distinciones áulicas, dejaba el influjo y el mando a los Cisneros, los Pérez y los Vázquez, habiendo sido España una democracia frailuna, y ganando ahora con ser algo parecido a una mesocracia seglar.

La primera vez que recorrí esos jardines espléndidos, iba de bracero con un marques republicano, Orense, que no pensaba sino en la democracia, y le daba mas energía al contraste mi situacion. Allí, á la sombra de las alamedas y ante las imágenes de los monarcas, dos hombres enteramente distintos fraternizaban cordialmente.

Su próximo pariente la cigarra de mar, animal torpe y pesado, permanecía en los rincones, cubierta de fango y de algas, en una inmovilidad que le hacía confundirse con las piedras. Y en torno de estos gigantes, como una democracia roja acostumbrada á sufrir de vez en cuando el ataque de los fuertes, nadaban los enjambres de langostinos y camarones.

Cuando nos estrechábamos la mano ¿no establecíamos en cierto modo, sin pensarlo, la alianza de los pueblos españoles en la democracia, en el amor de la libertad que nos habia hecho amigos? Madrid es digna de su rango de capital de una vasta monarquía, en cuanto á la posesion de buenos y numerosos museos y muy estimables bibliotecas, tanto públicas como privadas.

Expulsando con indignada energía del espíritu humano aquella falsa concepción de la igualdad que sugirió los delirios de la Revolución, el alto pensamiento contemporáneo ha mantenido al mismo tiempo, sobre la realidad y sobre la teoría de la democracia, una inspección severa que os permite a vosotros, los que colaboraréis en la obra del futuro, fijar vuestro punto de partida, no ciertamente para destruir, sino para educar el espíritu del régimen que encontráis en pie.

Pues te diré: nos juntamos en una casa de la calle de la Santísima Trinidad y allí estamos horas y más horas hablando de la democracia y del servilismo, diciendo perrerías de los frailes escribiendo a trozos el graciosísimo papel satírico que se llama el <i>Duende de los Cafés</i>. Nos ocupamos de la vida y milagros de todo <i>quisque</i>, y criticamos sin piedad.

Tengo también una pareja de cisnes, a los cuales sólo les falta el esquife de Lohengrin. ¡Qué fastuosos y qué infatuados son estos cisnes! Nadan entre los patos con el aire de dos señores feudales entre una plebeya y vil democracia. Doy también grandes paseos por el campo. Y me quedo horas muertas mirando los teros.

Pero todos estos timbres valdrían muy poco socialmente en nuestra democracìa si no estuviesen fortalecidos por una fortuna colosal. Y esta fortuna se debe precisamente a un Nuezvana oscuro y a un Ponce y un Ebro insignificantes. En tiempos de Carlos III, este Nuezvana grís y opaco se apañó, por concesión real, los mejores campos, ahí no más, junto a las casas de Buenos Aires.

Entre muros que llaman Democracia la mujer filipina siente el zarpazo de un progreso falso, y se busca tu fuerza de aquella hora, tu alma llena de gracia, para huir de un cadalso lento y espiritual, mas no por eso menos tirano que el que mata al preso.

Ciudad en otro tiempo reducida, por las necesidades de la defensa, al aislamiento material dentro de sus bastiones y fortalezas, Ginebra se ha hecho luego cosmopolita, refugio de todo idea proscrita y de todo hombre perseguido, acogiendo todo lo bueno de la civilizacion, practicando resueltamente la democracia, penetrando en todas las esferas de la actividad intelectual, yendo á buscar hasta en el Nuevo Mundo la fórmula moderna de la filosofía penal.