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Actualizado: 2 de junio de 2025


Miraron ambos a la puerta; cerciorose el compinche de que la esposa se había retirado, y volviéndose hacia el Delfín, le dijo con la voz temerosa que emplean los conspiradores domésticos: «¿Chico, no sabes... la noticia que te traigo...? ¡Si supieras a quién he visto! ¿Nos oirá tu mujer?». No, hombre, pierde cuidado replicó Juan poniéndose los botones de la pechera . Claréate pronto.

Derribados los dos, lucharían quizás más proporcionadamente. ¡Pobre razón aplastada por la soberbia! ¿Dónde está la justicia? ¿dónde está la vindicta del débil? En ninguna parte. El furor del Delfín no fue tanto que se le ocultara el peligro de llegar a un homicidio, abusando de su superioridad. «Este al fin es un hombre, aunque parece un insecto» pensó.

La posada era una casita pequeña, retirada de la carretera, con un arco en medio, sobre el cual se balanceaba una muestra que representaba un delfín de colores chillones. A los lados del arco había dos ventanas y debajo de ellas dos bancos de piedra. La posadera, una mujer enérgica, nos dijo que tenía el establecimiento lleno y no podía alojarnos.

Vamos, que le caíste en gracia y te estaba esperando. No quería el Delfín ser muy explícito, y contaba a grandes rasgos, suavizando asperezas y pasando como sobre ascuas por los pasajes de peligro. Pero Jacinta tenía un arte instintivo para el manejo del gancho, y sacaba siempre algo de lo que quería saber.

Muchos dependientes de tiendas se lanzaron por aquellos escalones de piedra en busca de noticias del simpático enfermo, que padecía de un reuma agudo en la pierna derecha. Barbarita le mandó en seguida su médico, y no satisfecha con esto, ordenó a Juanito que fuese a visitarle, lo que el Delfín hizo de muy buen grado.

Hay que tratarle como a los chiquillos». «Pero mujer, te marchas y me dejas así... ¡qué alma tienes! gritó el Delfín cuando vio entrar a su esposa . Vaya una manera de cuidarle a uno. Nada... Lo mismo que a un perro». Hijo de mi alma, si te dejé con Plácido y tu mamá... Perdóname, ya estoy aquí.

¡La mía! replicó prontamente el Delfín, dejando entrever la fuerza de su amor propio , la mía... un animalito muy mono, una salvaje que no sabía leer ni escribir.

Talbot, curó con la quinina al príncipe de Condé, al delfín, a Colbert y otros personajes, vendiendo el secreto al gobierno francés por una suma considerable y una pensión vitalicia. Linneo, tributando en ello un homenaje a la virreina condesa de Chinchón, señala a la quina el nombre que hoy le da la ciencia: Chinchona.

Un delfín complaciente iba y venía llevando recados entre Poseidón y la nereida, hasta que, rendida por la elocuencia de este proxeneta saltarín de olas, aceptaba Anfitrita ser esposa del dios, y el Mediterráneo parecía adquirir nueva hermosura.

Vedlo allá cuál nada en el Océano de arena, y cuál hiende las áridas ondas con su pecho del delfín. Aprisa, aprisa: apenas toca con sus pies la faz de las arenas: aguija, aguija: ya se lanza envuelto en un turbillón de polvo.

Palabra del Dia

rigoleto

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