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Déjela, déjela me decía casi al mismo tiempo la rozagante Mari Pepa, arrojando el último de sus abrigos flotantes sobre una silla, encima de los que acababa de arrojar Lituca ; déjela que entre y salga cuando quiera, que es bueno jacerse a todo, como ella se irá jiciendo, porque la conozco bien. Al que hay que tener a raya sobre ese punto, es al mi padre.

Don Víctor siempre el mismo para su don Álvaro; seguían las confidencias acompañadas de cerveza... pero Ana jamás se presentaba. Si don Álvaro se atrevía a preguntar por ella, don Víctor fingía no oír, o mudaba de conversación; si el otro insistía, Quintanar suspiraba y encogiendo los hombros decía: ¡Déjela usted... estará rezando! ¡Rezando!... Pero tanto rezar puede matarla....

Dejéla que me rogase mucho, y, al fin que era lo que quería , determinéme, tomé los pollos, escondílos en mi aposento, hice que iba fuera, y volví diciendo: "Mejor se ha hecho que yo pensaba; quería el familiarcito venir tras a ver la mujer, pero lindamente le he engañado y negociado."

Cierre usted y vámonos. Queda aquí esa muchacha. Pues déjela usted encerrada y venga, porque esto no es cosa para andarse con peros.... ¿Pero qué hay? Sepámoslo. Hay que si usted no viene ahora mismo conmigo á la Fontanilla ... ya sabe usted ... el club de esos muchachuelos.... Si usted no viene conmigo, va á haber un conflicto. ¿Pero qué es ello, hombre?

Siempre he mirado mal a las monjas. Déjela, señor dijo la jardinera . Nada tiene de extraño que le guste la iglesia. Del modo como vive, no puede tener otras aficiones. Por hoy, nada temo. Estoy a su lado, y nada me importa que guste del trato con monjitas.

Muy enhorabuena que mi hija al prójimo todo lo que yo le señalo para que lo gaste en alfileres; pero esto, esta manía de ocuparse ella misma en bajos menesteres... en bajos menesteres.... Déjela usted replicó Golfín, contemplando a la señorita de Penáguilas con cierto arrobamiento . Cada uno, Sr. D. Manuel, tiene su modo especial de gastar alfileres.

Soledad, y negrura, y miseria, que no otra cosa en mi casa hallaríamos; y a más que como en ella no queda más para mi que la memoria de mis acerbas desventuras, cuando con mi madre dejela, la llave dejé al casero.

Ra-Ra, como si presintiese el peligro, se puso de pie, y al fijarse en la mano del gigante adivinó su intención, gritando con voz desesperada: ¡No quiero!... ¡No quiero! Luego, comprendiendo que su resistencia resultaría inútil ante las fuerzas del coloso, apeló á la súplica: Déjela aquí, gentleman. ¿Por qué me la arrebata?

Pero ella obedeció, ajustándose el sombrero para marcharse. ¡Cómo! exclamó Laura sorprendida. ¿Usted pretende imponerse? ¡No! ¡Déjela! ¡Perverso! ¡Pícaro! Adriana acalló sus palabras con una caricia, y luego hizo a la sirvienta seña de seguirla. Y salió, después de besar, rápidamente, a Zoraida y a Carmen. Sus pasos y sus sollozos resonaron en la escalera del vestíbulo.