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Los Reyes... no debieron salir de aquí... no servían para el mundo; bien se vio.... Yo, el último, ¿qué soy? Un miserable, un ignorante, que no ha ganado en su vida una peseta, que sólo sabe gastar las ajenas. Un soñador... que creyó algún día llegar a ser algo de provecho a fuerza de sentir con fuerza cosas raras y de las que ni siquiera se pueden explicar. ¡A esto vino a parar la raza!».

Traerme a Madrid la chica... ¡Figúrate! ¿Y qué hiciste? Sin duda me inspiró Dios. Les miré de un modo que no debieron de comprender, y saliendo al zaguán les dije: «Quiero creer que no saben ustedes lo que pidenEn seguida, limpia de odio, besé a Inesilla y me volví a Madrid sin rencor... y sin ilusiones. ¡Lo creo!

Y éstos, a su vez, debieron mirar con lástima a los hombres desnudos y negros que en las costas africanas salían al encuentro de sus trirremes sobre canoas de cueros o de cortezas.

No; no, señor... yo creo que no... pero quien puede deciros eso... es... el tío Manolillo... el bufón del rey, que fué quien me lo dijo á . ¿Pero cómo se sabe que esa perdiz estaba envenenada? Porque ha muerto un paje que se comió lo que había quedado en los platos de la reina y del padre Aliaga. Pero si quedó en los platos, debieron comer... No, porque el tío Manolillo asustó á la reina...

Esta elegía, así como algunas otras que se registran en las páginas de las Rimas, debieron formar parte de una coleccion que con el título de Elegías Argentinas pensé publicar en mis primeros años, y de los cuales he quemado la mayor parte.

El vulgar extranjero, que tiene un patrón hecho, siempre el mismo para las cosas de España, pensó que al haber descubierto Colón un nuevo mundo del que no tenía noticia el Dios de la Biblia, forzosamente debieron perseguirle las gentes de Iglesia con mortales odios. Y Colón se muestra arrogante y sereno, como un tenor que sabe de antemano que triunfará en el último acto...

Mas á pesar de esto, no dejará de considerarse como un hecho maravilloso, el que con un tal carácter se hayan sometido tan fácilmente al yugo de los Jesuitas. Segun los informes que he recogido, sus costumbres debieron ser sumamente guerreras.

Algunos niños, agarrados de la mano, daban vueltas siguiendo el ritmo de la música. De pronto, un grito compuesto de numerosas exclamaciones, un alarido igual a los que debieron surgir de las proas de las primera carabelas: ¡Allí... allí! ¡Ya se ve!

Porque el último parapeto del bizco que no quiere mirar derecho es negar que entienda el que le reprende de achaques de vista; por eso, cuando le pone delante el censor detalles íntimos conocidos sólo de los del gremio, concédele al punto la ventaja inmensa de la experiencia y se rinde a discreción, pensando que, si no fue también bizco allá en sus tiempos aquel que le reprende, entre muchos que bizquean debieron de apuntarle los dientes; y gran paso es ya este dado en el corazón que quiere ganarse, porque le invita a la confianza y le asegura la indulgencia, la idea de que aquel censor inexorable estudió en su mismo libro y venció sus mismas flaquezas.

Algún motivo de tirria debieron darle los frailes de la Merced, pues siempre que divisaba hábito de esa comunidad murmuraba entre dientes: «¡Buen blancoLos que lo oían pensaban que el virrey se refería a la tela del traje, hasta que un curioso se atrevió a pedirle aclaración, y entonces dijo Amat: «¡Buen blanco para una bala de cañón