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«En las ciudades do el incendio brama «El cacique con látigo sangriento, «Abusando del triunfo que le infama «Marca y cuenta los hombres ciento á ciento. «Débil rebaño que se inclina inerme «Á un yugo ó deshonroso ó inhumano! «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.
El enemigo se había apoderado por fin de aquel baluarte con tanto heroísmo defendido. Pero la lucha no había cesado por completo; en un extremo de la elevada planicie oponía todavía débil resistencia un puñado de ingleses.
Ya delicada y débil, verdadera planta de los Trópicos cuidada en estufa, no ofrecía ninguna resistencia a la anemia abrumadora que la había invadido lentamente e iba pereciendo de día en día a pesar de los cuidados minuciosos que se le prodigaban.
Cuando el joven dijo "gracias, señora," su voz resonó débil y dolorida, anunciando tanto sufrimiento y postración, que Clara no pudo menos de alzar los ojos y mirarle con súbita impresión de interés.
Pero ¿qué pasa? repitió don Víctor en voz baja en el primer descanso. ¿Viene usted de caza? contestó el otro con voz débil. Sí, señor, con Crespo; ¿pero qué sucede? Hace tanto tiempo... y a estas horas.... Al despacho, al despacho.... No hay que alarmarse... al despacho.... Anselmo alumbraba por los pasillos del caserón a su amo a quien seguía el Magistral. «No pregunta por Ana» pensó De Pas.
Me arrancó el gozo ese grito, Amaury; jamás me sorprende tu presencia, puesto que siempre la aguardo; pero estoy tan débil y soy tan nerviosa, que todas las impresiones me causan un efecto extraordinario.
No lo era Susana, sin embargo, aunque buena y débil; en la casa era ella el ama de llaves, la que lidiaba con sirvientes, la que organizaba y dirigía todo. Venía Jacinto: Nanita, vas a pegarme este botón, ¿verdad? y luego me das una puntada en este ojal y otra en el forro del chaqué. Eso es; así me gusta.
Iba la criatura saliendo de esa edad en que los niños parecen un lío de trapos, y sin perder la gracia y atractivo del ser indefenso y débil, tenía el encanto de la personalidad, de la soltura cada vez mayor de sus movimientos y conciencia de sus actos.
El náufrago, acostumbrado antes á la tempestad, sostenido por su débil esquife, se adormía al bramar de las olas, le era indiferente que éstas le llevasen acá ó allá, estaba seguro de que un día le tragaría el mar, y estaba resignado.
Una vela torcida goteaba sobre los pies de la escultura sus lágrimas de cera, y el débil resplandor verdoso de una lámpara de vidrio, medio apagada, enviaba estertores de luz a la divina faz.
Palabra del Dia
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