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, contestó Makaraig con su sonrisa amarga; ¡resuelto favorablemente! ¡Acabo de verme con el P. Irene! ¿Y qué dice el P. Irene? preguntó Pecson. Lo mismo que don Custodio, ¡y el pillo todavía se atrevió á felicitarme! La comision que ha hecho suyo el dictamen del ponente, aprueba el pensamiento y felicita á los estudiantes por su patriotismo y deseo de aprender... ¿Entonces?

¡Un mulato americano! exclamó refunfuñando. ¡Indio inglés! observó en voz baja Ben Zayb. Americano, se lo digo á usted ¿si lo sabré yo? contestó de mal humor don Custodio; S. E. me lo ha contado; es un joyero que él conoció en la Habana y que segun sospecho le ha proporcionado el destino prestándole dinero.

A esto alude el Virey portugues cuando dice á V. E., que dicha real instruccion de 6 de Junio es supuesta é ilusoria; que no han convenido las Cortes en señalar el Igatimí é Ipané; que dicha instruccion es condicional, &c.: pues todo ello no significa otra cosa, sino que dicha instruccion se expidió en virtud de la asercion de dicho D. José Custodio, que dijo no haber rios llamados Igurey y Corrientes; siendo así que el Virey del Janeiro cree que los hay, y que dicha instruccion admite el Igatimí bajo la condicion de que no hay Igurey: y por consiguiente, siendo el supuesto, ó condicion falsa, no debe tener lugar la instruccion, sino lo literal del tratado, que no ha sido anulado por la instruccion, sino suplido, por cuanto se creyó que tenia un defecto que no tiene.

De la misma cantera proceden el derrengado y malicioso Arcediano, a quien por mal nombre llaman Glocester, el Arcipreste don Cayetano Ripamilán, el beneficiado D. Custodio, y el propio Obispo de la diócesis, orador ardiente y asceta.

Al reves de muchos reyes de Europa que llevan el título de rey de Jerusalem, D. Custodio hacía valer su dignidad y sacaba de ella todo el jugo que podía, fruncía mucho las cejas, ahuecaba la voz, tosía las palabras y muchas veces hacía el gasto de toda la sesion contando un cuento, presentando un proyecto ó combatiendo á un colega que se le había puesto entre ceja y ceja.

Pero, don Custodio, dijo doña Victorina haciendo dengues y monadas; si todos se dedican á criar patos van á abundar los huevos balot. ¡Uy, qué asco! ¡Que se ciegue antes la barra! Allá abajo pasaban otras escenas.

Y no se crea que estos etcéteras se parecen á los que se ponen de ordinario despues de una larga enumeracion de títulos: D. Custodio, con no haber visto nunca un tratado de Higiene, llegó á ser hasta vice presidente de la Junta de Sanidad de Manila, verdad es tambien que de los ocho que la componen solo uno tenía que ser médico y este uno no podía ser él.

Apesar de tantos cargos, D. Custodio no era de los que se dormían en las sesiones contentándose, como los diputados tímidos y perezosos, con votar con la mayoría.

No era la primera vez que se resolvían así los más hermosos pensamientos, que se defraudaban las esperanzas con grandes palabras y pequeñas acciones: antes de don Custodio, hubo otros muchos, ¡muchísimos! En medio de la sala y bajo los faroles rojos, se veían cuatro mesas redondas, dispuestas simétricamente formando un cuadrado; servían de asiento banquillos de madera igualmente redondos.

¡Este les pone á todos la pata! Pero, señores, gritaba don Custodio al oir tantas exclamaciones; seamos prácticos, ¿qué local hay más á propósito que las galleras? Son grandes, estan bien construidas, y maldito para lo que sirven durante la semana.