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Hubo necesidad de adoptar ciertas precauciones, pues corrían rumores, según pude enterarme después, de que iban á linchar á Lacoste, á su paso por las calles de la población. El Cuartel de la Rural, á donde fué conducido Lacoste, estuvo todo el día rodeado de curiosos que deseaban verlo antes de que fuera trasladado á Santiago de Cuba.

El uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel vino sabía a hierro, el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia, y que el tal vino no tenía adobo alguno por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho.

Si el Tratado hubiese sido ratificado, los azúcares de Cuba hubieran ido á la gran República libres ó casi libres de derechos, y de la misma manera hubieran sido recibidas en Cuba las harinas, las carnes y muchos productos de la industria anglo-americana. Inútil es ponderar la prosperidad y el auge que esto hubiera traído á la perla de las Antillas.

Cuando llegó el café, Sánchez Morueta fumaba un cigarro enorme, uno de los habanos que le enviaban de Cuba, elaborados directamente para él, con su nombre y su retrato en la sortija, y cuya adquisición era motivo de orgullo entre la gente menuda que laboraba en la Bolsa ó en los negocios de minas. Transcurrió otra hora, sin que el millonario diese señales de existencia.

De sobremesa, si no jugaban al tute, el buen señor le contaba a su querida aventuras y pasos estupendos de su dramática vida militar. Había estado en Cuba en tiempo de la expedición de Narciso López, y trabajó mucho en la persecución y captura del famoso insurgente.

Y todavía en nuestro siglo, á pesar de tanta prosperidad, industria y riqueza no ha habido nación alguna, por rica y grande que sea, que envíe por mar á regiones remotas ejército tan numeroso como el que hemos enviado á Cuba.

Tal es su apodo significativo. Su verdadero nombre es doña Marcela Gutiérrez de los Olivares, por ser viuda del teniente de la clase de sargentos, del mismo apellido, muerto en Cuba un año ha, a manos de los insurrectos. Llora ella aún a su difunto marido, con cuya tía, doña Pepa, vive en este lugar en ejemplar recogimiento, y desdeña y rechaza al enjambre de galanes que la pretende.

Grandísimo mi deseo de complacer á mi amigo D. Miguel Moya, escribiendo algo sobre la Nochebuena y la guerra de Cuba para un número extraordinario de El Liberal; pero mientras más cavilo, menos cosas se me ocurren.

Historia de su vida, antecedentes de su carrera política, antecedentes de la agitación que organizara y todos los detalles relativos a su participación en el movimiento revolucionario que definitivamente independizó a Cuba, son, para cuantos aquí estamos, cosas sabidas; e igualmente son sabidas por todos los cubanos.

Mutatis mutandis lo propio puede decirse de la Antología del Sr. Menéndez y Pelayo. En lo expuesto hasta aquí, no creo yo que haya razón suficiente para que los rebeldes de Cuba nos hagan la guerra á sangre y fuego, poniéndonos en idéntica situación en que Dionisio, tirano de Siracusa, puso á un filósofo crítico que había en su corte.