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Y mientras enumeraba sus desdichas, que en el fondo no le importaban un comino, y llamaba infidelidades a lo que fueron imprudentes coqueterías, todo con voz y ademanes que recordaban sus abonos en el Español y la Comedia, Luis iba fijándose en su mujer. ¡Qué hermosa estaba la indina!

Si ella hubiese hablado un día con un joven y otro día con otro sin hacer caso de , quizá no me hubiera hecho efecto; pero veía que sus coqueterías me las dedicaba expresamente con intención de mortificarme, y esto me sublevaba.

Pero los años no han sido tan crueles para con Nancy. Su boca roja pero tranquila y la mirada límpida y franca de sus ojos pardos, dicen ahora que su naturaleza ha sufrido y ha conservado sus más nobles cualidades. También su traje, de una elegancia graciosa y de una pureza delicada, es más expresivo ahora que las coqueterías de la juventud no intervienen para nada.

Si la mujer que con sus coqueterías, no por cierto muy desenvueltas, casi sin hablar a Vd. palabra, a los pocos días de verle y tratarle, ha conseguido provocar a Vd., moverle a que la mire con miradas que auguraban amor profano, y hasta ha logrado que le Vd. una muestra de cariño, que es una falta, un pecado en cualquiera y más en un sacerdote; si esta mujer, es, como lo es en realidad, una lugareña ordinaria, sin instrucción, sin talento y sin elegancia, ¿qué no se debe temer de Vd. cuando trate y vea y visite en las grandes ciudades a otras mujeres mil veces más peligrosas?

Sus pocos momentos de buen humor relativo los gastaba Emma en cultivar los resabios de sus pretéritas coqueterías; todavía pretendía parecer bien a los parientes a quienes un día desdeñara; un poco de romanticismo puramente fantástico, alambicado, enfermizo, era lo único que, en presencia de los Valcárcel, y sólo entonces, revelaba la existencia de un espíritu dentro de aquella flaca criatura pálida y arrugada: lo demás del tiempo, casi todo el día, parecía un animal rabiando, con el instinto de ir a morder siempre en el mismo sitio, en el ánimo apocado y calmoso del suave cónyuge.

Todo el pasado les está hablando constantemente y les pesa sobre sus pobres huesos desvencijados y sobre sus almas saturadas de las antiguas coqueterías, de sus eternas frivolidades de mujer. Suelen tener un amor furioso y extravagante hacia los perros y los gatos. Una desviación caricaturesca de sus maternos instintos estériles o frustrados.

Por esto, aunque a la perspicacia de doña Manolita no pudo ocultarse largo tiempo aquella inclinación irresistible de dos almas, doña Manolita no dejó nunca de hacer justicia a doña Luz, y reconoció y declaró, allá en el fondo de su pecho, que en el de su amiga no había la más leve intención de perturbar el ánimo del Padre ni de atraerle con coqueterías culpadas.

De todas las coqueterías ésta es la más condenable, porque implica la intención de hacer sufrir, empeño que delata poca reflexión y una torcida contextura ingénita de nuestro espíritu. Ya se ve, pues, cómo el «no» es más difícil que el «» de las niñas. Y esta dificultad aumenta, según va dicho, cuando con nuestra frivolidad y nuestras vanidades hemos inducido en error al pretendiente.

Y, en efecto, por medio de estas coqueterías, el apetito del joven crecía extremadamente, y se convertía en delirio. A las horas que bien le placía a la hermosa, salían a pasear por los jardines, sin alejarse mucho. Al llegar a algún sitio umbrío y fresco, de los pocos que la mano reformista de don Rosendo había dejado, la niña quería sentarse; pero no sobre la hierba ni sobre un banco rústico.

Inútil es decir que nuestra modista francesa aclimatada en California, habia encontrado un campo mas extenso para sus coqueterías, y que la fingida rivalidad de algunos tunantes de buen humor la ponía en los mas cómicos apuros.