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No podía sufrir la nivelación social que impone la vida urbana; no se habituaba a contarse como número par en un pueblo, habiendo estado siempre de nones en su residencia feudal. ¿Quién era él en Santiago? Don Pedro Moscoso a secas; menos aún: el yerno del señor de la Lage, el marido de Nucha Pardo.

La única ocasión en que Germán correspondió al tipo ideal que de su carácter y prendas se había forjado Anita, fue cuando aceptó la escapatoria nocturna para ver juntos la luna desde la barca y contarse cuentos. Este proyecto le pareció más viable que el de irse a Morería y se llevó a cabo. Ya se sabe cómo entendió la grosera y lasciva doña Camila la aventura de los niños.

Otros tienen el distrito únicamente, pero podrán contarse con los dedos de una mano los españoles que se encuentren hoy, a la vez, sin distrito y sin sombrero. Lector: ¿No tendrá usted por ahí algún distrito suelto que ofrecerme? ¿Ha mirado usted bien?... Todos mis amigos tienen distrito, y hasta hay quien hace gala de dos o tres.

Los domingos pasaban juntas las dos amigas toda la tarde en la casa de una o de otra, y allí era el comer dulces y el contarse cositas, sentadas al balcón, viendo las idas y venidas del crítico desde la calle de los Tres Peces a la de la Magdalena.

Pero si sabe todo lo que ese hombre puede saber, mas la poesía, que supone otra multitud de conocimientos, puede contarse por seguro que será declarado sin apelacion, espíritu superficial. ¿Es sério este modo de juzgar? ¿Sabe Vd. lo que Napoleon decía del poeta Corneille? Pues bien, decía que á haber vivido en su tiempo le habria nombrado su primer ministro.

El cabello, rubio, castaño, negro, tiene reflejos encantadores; pueden contarse sus hilos uno a uno, y la sencillez severa y elegante del peinado, saliendo de la rueda trivial y caprichosa, que cambia a cada instante, hace pensar que el dominio del arte no tiene límites en lo creado. Henos en el foyer.

Don Pompeyo había pasado la noche al lado del moribundo, solo, completamente solo, porque no había de contarse un perro faldero que se moría de viejo sin salir jamás de casa. Abrió Guimarán el balcón de par en par; una ráfaga húmeda sacudió la cortina de percal y la triste luz del día de plomo cayó sobre la palidez del cadáver tibio.

Este pase o dislocación se había realizado natural y legítimamente. Don Acisclo no tenía culpa ninguna de que el marqués hubiese sido despilfarrado y perdulario; y más que por culpa podía y debía contarse por mérito que él fuese ingenioso, ahorrativo y aprovechadísimo. Siempre se condujo con la mayor lealtad en la administración. El marqués de Villafría habitaba en Madrid, donde gastaba mucho.