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Actualizado: 7 de junio de 2025


Tenía yo un tío en México bastante acomodado, el cual me colocó en una tienda de ropas; pero notando algunos meses después de mi llegada que aquella ocupación me repugnaba sobre manera, y que me consagraba con más gusto a la lectura, sacrificando a esta inclinación aun las horas de reposo, preguntóme un día si no me sentía yo con más vocación para los estudios.

Todos los días crecía un poco el respeto que se consagraba a mismo por llamarse Quiñones de León y el desprecio a los demás por haber nacido bajo el estigma de otro nombre cualquiera.

La conciencia, orgullosa de su propio valer, y el afán de dar cima á hazañas increibles, eran generales en todo el pueblo. El espíritu inquieto de la nobleza, que antes se había manifestado en luchas de partido y desórdenes interiores, consagraba entonces su actividad impaciente al servicio de la patria.

Aquí sintió los primeros estímulos para aficionarse al estudio de las lenguas; y á la vez que se consagraba á aprender el griego con pasión, y aprovechaba sus horas libres en conocer el italiano y el español, se servía además de la gramática y de la crestomatía de Wilkens para iniciarse en el idioma persa.

Y no solo durante las tres horas y media que consagraba diariamente al desempeño de mis deberes en la Aduana sentía aquella especie de parálisis, sino que me acompañaba en mis paseos por la orilla del mar y por los campos, cuando, lo que no era frecuente, buscaba el vigorizador encanto de la naturaleza que tanta frescura y actividad de pensamiento me infundía desde el instante que traspasaba el umbral de la Antigua Mansión.

Sabía el odio que le consagraba el de Pernueces y la admiración de que este odio iba acompañada. Le divertía y le convenía la inquina de Ronzal, gran propagandista de la leyenda de que era Mesía el héroe; y aquella leyenda era muy útil, para muchas cosas.

Los momentos más dichosos de su existencia eran los que consagraba a la oración, que más bien era un tierno coloquio de dos enamorados, incomprensible para los que no han sondeado jamás los profundos secretos del amor divino ni han gustado las dulzuras de la unión mística. A fuerza de conversar con Dios, de comunicarle sus más íntimos pensamientos e impresiones y de confesarle con lágrimas todos los días las más leves flaquezas de su conciencia, había llegado a establecer con

Lo único que lograba distraerla algunos momentos era el arreglo del baúl del cadete, al cual consagraba tantos y tan prolijos cuidados que nada se echaba de menos en él, desde las prendas más usuales de ropa hasta un pedazo de tafetán de golpes y un paquete de hilas para el caso de herirse. Ricardo evitaba siempre la despedida, escapándose.

A ella no se le pasó jamás por la imaginación el querer a Antoñuelo como una mujer quiere a un hombre. Y él, como por una parte la tenía por un ser superior y por otra parte sus instintos amorosos eran vulgarísimos, procuraba emplearlos y satisfacerlos en más fáciles objetos, y sin darse cuenta de ello, e ignorando su esencia y su nombre, consagraba a Juanita un afecto puro, ideal y platónico.

A pesar de la amenidad de tales conversaciones, el grupo de venerables ancianos, con los que sólo había un joven y éste calvo, prefería al más grato palique el silencio; y a él se consagraba principalmente aquella especie de siesta que dormían despiertos. Casi siempre callaban.

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