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Actualizado: 5 de julio de 2025
Luego, andando de puntillas, se alejó de junto a la puerta, y a los pocos días, con fingida tranquilidad, dijo que las circunstancias habían variado y que la separación no era precisa. Nunca supo quién era su verdadero hijo, pero adquirió el convencimiento de que ambos adoraban en ella. En un mismo culto la confundían el que llevó en las entrañas y el que formó con la bondad de su alma.
Se le enredaban y confundían las especies; y la procesión de antes, con nuevas visiones ensartadas en el hilo entre las otras, volvía a desfilar, pero a la inversa: de la zona de la luz, medio a obscuras ya, a las profundidades más sombrías del cerebro.
Se confundían en alegre discordancia las diversas músicas. Pasaban parejas amorosas, perdiéndose en la obscuridad; guerreros de remotos países que abarcaban con un brazo el talle de una mujer. ¡Tan lejos!... ¡tan lejos! seguía suspirando la vieja. Vió de pronto un soldado que le sonreía, un soldado todo blanco desde el casco de trinchera hasta los gruesos zapatos.
Se habían sentado frente al mar, saboreando la rumorosa calma, en la que se confundían los estremecimientos de los pinos, el profundo rodar de las espumas invisibles, la respiración de la llanura azul, los crujidos de la tierra, rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones de orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida al mismo tiempo en sus entrañas por el despertar de las raíces.
Los grandes cañones rugían con intervalos de grave pausa. Estas jaurías de acero gritaban incesantemente, sin abrir el más leve paréntesis en su cólera ruidosa, igual al rasgón de una tela que se parte sin fin. Las piezas eran muchas, los disparos vertiginosos, y las detonaciones se confundían en una sola, como las series de puntos se unen formando una línea compacta.
La otra era un fauno obeso; su voz gruesa, su pescuezo corto, su pecho invasor, un bozo recio, que ya era bigote casi, hacían de ella un ser híbrido, en el que los dos sexos se confundían. Estaba esa noche verdaderamente constelada de diamantes, desde la cabeza hasta los dedos, y como los tenía, y muy buenos, uno de sus orgullos era colgárselos para exhibirlos.
El Japón y Baviera, estos dos países nuevos para mí, que iba conociendo casi al mismo tiempo, mirando al uno al través del otro, se mezclaban y confundían dentro de mi cerebro, convertidos en una especie de paisaje vago, en el país de lo azul.
Privadamente estos dos jóvenes, afines por carácter y temperamento, se miraban como hermanos, tenían una misma bolsa, comían en un mismo plato, y confundían en un común sentimiento sus pesares y alegrías. Desde la salida de Lázaro para su pueblo no se habían visto. Cuánto me alegro de que vengas acá! dijo Javier, abrazándole otra vez. Hacen falta jóvenes como tú.
Difícil expresar dónde se empalmaban y confundían la virtud y el vicio. La costumbre de escatimar una parte grande o chica de lo que se le daba para la compra, el gusto de guardarla, de ver cómo crecía lentamente su caudal de perras, se sobreponían en su espíritu a todas las demás costumbres, hábitos y placeres.
Aresti siguió su marcha á lo largo del muelle, mirando los remolinos del agua enrojecida por los residuos de las minas. Se detuvo un momento para examinar dos barcos de cabotaje, dos cachemerines de la costa, con los títulos en vascuence pintados en la popa, y la cubierta obstruida por extraños cargamentos, en los que se confundían los fardos de bacalao con mesas y sillerías embaladas.
Palabra del Dia
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