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Actualizado: 11 de junio de 2025


Al mismo tiempo nació en mi espíritu cierto innoble deseo de vengarme por su falta de atención. Afortunadamente, la condesita debía de llegar pasado mañana con su padre, y volverían los párrafos en casa de Anguita y las noches de teatro. A la sazón había comenzado a actuar una compañía de ópera en el de San Fernando. El comandante, se las prometía muy felices.

Y como nos quedásemos turbados, ella roja, yo rojo también, mirándonos con ojos brillantes, la condesita nos dijo en tono protector: Vamos, dense ustedes la mano y no haya más regaños. Me apresuré a coger la mano de mi adorada y la aprisioné entre las mías largamente.

Mucho más valiera que el conde estuviese prevenido ya. En fin, la cosa no tenía remedio y me dispuse a aguardar. La condesita entabló conversación sobre diversos asuntos indiferentes; la compañía que actuaba en el teatro de San Fernando; el real alcázar, a cuyas recepciones familiares por las noches solía asistir cuando la reina estaba en Sevilla; la casa de las de Anguita, etc.

Sin disputa alguna, la condesita era más hermosa, pero no serían muchos los que la cambiasen por su prima. Al menos, esto me parecía a mi. Aguarde usted un momento. Voy a ver si papá se ha despertado me dijo, saliendo de la estancia. Y al pasar por la puerta se volvió para añadir : Si tardo un poco, es que le estoy enterando, ¿sabe usted?

Mientras llegaba el tren, paseamos y departimos alegremente, riendo bastante con las ocurrencias de Pepita. Cuando el cuerno del guardagujas anunció la llegada, nos abalanzamos presurosos al borde del andén, y tuvimos el gusto de ver a la ventanilla de un coche a la condesita, que nos saludó con el pañuelo, muy regocijada y agradecida.

Y aquella fugaz visión producía en el alma un dulce desasosiego, al cual, ni Villa con su adoración por la condesita, ni yo con mi entusiasmo por la hermana San Sulpicio, podíamos sustraernos. Compadre decía en voz alta para que lo oyesen las interesadas, no se puede pasar por aquí sin coraza. Algunas carcajadas reprimidas contestaban a este requiebro.

Esto, con tal añadió el maestro que no estén ya casados con otras; sospecho que el marido de la bella Condesita recibe los billetes a la entrada, alza el telón, o despavila las luces, o hace alguna otra cosa de igual refinamiento y distinción.

Pues, señor, hasta ahora no es gran cosa. Lo que tiene es buenos versos. Entretanto la condesita de * entra al segundo acto dando portazos para que la vean; una vez sentada no se luce el vestido; los fashionables suben y bajan a los palcos: no se oye: el teatro es un infierno: luego parece que el público se ha constipado adrede aquel día. ¡Qué toser, señor, qué toser!

La condesita me pidió en albricias que le dedicase una de las poesías que de vez en cuando publicaba en La Ilustración Española, a lo cual cedí con gusto. No obstante, aquellas últimas palabras despertaron en mi mente un pensamiento cruel.

La hermosa que le tenía sorbido el seso era una dama principal de Andalucía, la condesita del Padul, joven de diez y nueve años, heredera de una inmensa fortuna. La amaba y se creía correspondido; no porque ella hubiera soltado aún el apetecido, sino porque había dado de ello tales muestras tácitas que Villa no podía resistirse más tiempo a creerlo.

Palabra del Dia

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