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»Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en ella visto, porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedía, con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores.

Por eso la niña concedía un cuidado más atento y vigilante a la confección de este líquido que un químico analizando cualquier metal precioso. Mientras iba y venía disponiéndolo todo, el joven no cesaba de bromearla en el mismo tono cariñoso de los primeros tiempos, y eso que Marta, aunque de corto todavía, era ya una verdadera mujer, y no de las menos lindas, como hemos tenido ocasión de decir.

La venida de éste no podía ya tardar mucho, y Poldy se moría de impaciencia por verle vivo y no pintado, en cuerpo y alma y no en imagen. Lo que excitaba su curiosidad y le cosquilleaba suavemente las telas del cerebro era la condición de Padmini, que el joven indio le concedía.

Sucedió, al fin, que, por desdicha, estas cosas que de mi madre se decían, llegaron a oídos de un pariente de mi padre, que tenía un oficio de alcalde en Sevilla; y digo por desdicha, pues cuando este pariente nuestro supo lo que de mi madre se contaba, ya mi madre estaba próxima a su alumbramiento, que cuando hubiera sobrevenido se hubiera sabido por la solemnidad de mi bautizo, que no podía menos de ser solemne, siendo yo hija de un general de las galeras del rey; don Baltasar hubiera caído de su engaño, y no hubiera podido menos de reconocer que la liviana que desde hacía poco tiempo le concedía sus favores, no era mi madre ni podía serlo, lo cual le hubiera movido tal vez a restaurar a mi madre en su honra.

Esta exceptuaba á los hospitalarios, considerada la utilidad de sus servicios. El 7 de Setiembre, conforme á la facultad que la Constitucion concedia al Congreso de nombrar por la primera vez los cargos de Presidente y Vice-Presidente, la eleccion recayó en Bolívar y Santander, aquel para el primero de dichos empleos y este para el segundo.

La esperanza en su amor habría hecho lo que no podía hacer la exhortación más elocuente; pero esta esperanza no se le concedía, ni era fácil que se le concediese, pues cada día que pasaba Carmen se mostraba más severa con él, a lo que se agregaba que la señora madre de ella y el alcalde su tío no cesaban de abominar la conducta del muchacho, y decían frecuentemente que primero querían ver muerta a su hija y sobrina, que saber que ella le profesaba el menor cariño.

Al crecer en un Dios personal que se ocupaba de las cosas menudas del mundo y concedía su gracia al rey para que reinase, les tocaba obedecer a éste, so pena de ir al infierno.

La herramienta era suya: una azada de nueve libras de peso, que habían de manejar con ligereza, como si fuese un junco, de sol a sol, sin más descanso que una hora para el almuerzo; otra para la comida, y los minutos que les concedía el capataz con su voz de mando para que echasen cigarro. Nueve libras, padre añadía el señor Fermín.