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Actualizado: 20 de junio de 2025


Lo veremos...¿Pero os vais? , es ya tarde y voy á palacio. No quiero deteneros, señor; ¿pero volveréis? , esta tarde; si para cuando yo llegue ha venido don Francisco, cuento con que me le tendréis entretenido. Se me ocurre una idea: comed hoy conmigo; os trataré bien, y sobre todo, Quevedo comerá con nosotros. Convengo en ello; comeremos juntos los tres, pero por ahora, adiós.

5 Venid, comed mi pan, y bebed del vino que yo he templado. 6 Dejad las simplezas, y vivid; y andad por el camino de la inteligencia. 8 No castigues al burlador, para que no te aborrezca; castiga al sabio, y te amará. 9 Da al sabio, y será más sabio; enseña al justo, y acrecerá su saber. 10 El temor del SE

10 Y les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen aparejado; porque día santo es a nuestro Señor; y no os entristezcáis, porque el gozo del SE

1 A todos los sedientos: Venid a las aguas. Y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche. Oídme atentamente, y comed del bien; y se deleitará vuestra alma con grosura. 3 Inclinad vuestros oídos, y venid a ; oíd, y vivirá vuestra alma. Y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David.

Y, diciendo esto, asió de un caldero, y, encajándole en una de las medias tinajas, sacó en él tres gallinas y dos gansos, y dijo a Sancho: -Comed, amigo, y desayunaos con esta espuma, en tanto que se llega la hora del yantar. -No tengo en qué echarla -respondió Sancho. -Pues llevaos -dijo el cocinero- la cuchara y todo, que la riqueza y el contento de Camacho todo lo suple.

Sentáos dijo Quevedo con voz vibrante ; sentáos y no espantéis la caza: yo os vengaré. ¿Pero es cierto? dijo con angustia Montiño, que se sentó. Certísimo; pero no habléis con ese tono compungido. Vos no sabéis nada; estáis almorzando alegremente. Comed. ¡Imposible! aunque no me ahogase la pena, me ahogaría ese pastel... ¡Mozo! ¡un real de olla podrida! dijo una voz estentórea al fondo del salón.

¿Y te has puesto árnica, hijita? ¡Bah, no vale la pena! prosiguió mi tía; comed vuestra sopa, señor cura, y no os ocupéis de esa atolondrada; bien merecido le está. El cura no dijo, pues, nada, me hizo una seña amistosa y me examinó furtivamente. Mas yo no prestaba mayor atención a lo que sucedía en torno mío.

Palabra del Dia

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