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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Durante todo el camino la columna Castillo fué hostilizada por pequeños grupos de alzados, que internados en el centro de los más fragosos montes disparaban sus armas sin que pudieran ser vistos.

Como edificios, son de citar á más del anterior, la casa cuartel de la Guardia civil, levantada á la margen del río, que lame con su corriente los límites del caserío, y la escuela, que se halla en el centro de la plaza, y que sirve de tribunal en las grandes solemnidades.

Nadie entre nosotros podía ver la menor ofensa en este título. Para una persona cuyo principal oficio y arte es la cocina, el puchero no puede menos de ser la idea capital y como el centro en cuyos alrededores se agrupan las demás cosas. De la misma suerte, si el Sr.

Arturo fue, pues, a París, haciendo de París su residencia habitual y el centro de sus excursiones.

Cada patio tiene en el centro una preciosa fuente de mármol con surtidores que refrescan el aire, y en todo el recinto se ven grandes jarras de gaspe, de porcelana, etc., conteniendo arbustos delicados, macetas de jazmines, rosas y claveles, naranjillos en flor, enredaderas ó parásitas, que embalsaman aquella atmósfera embriagadora.

He desnudado las potencias inferiores de mi alma de toda imagen, hasta de la imagen de esa mujer; y he creído, si el orgullo no me alucina, que he conocido y gozado en paz, con la inteligencia y con el afecto, del bien supremo que está en el centro y abismo del alma.

Pero, añadiendo lo demas, de que todos los puntos han de distar igualmente de uno que se llama centro, bien parece que se sobrentiende que será reentrante.... No señor, porque en el arco que tenemos á la vista hay la equidistancia, y sin embargo no es reentrante. Y la palabra igualmente?

Esta segunda casa o parte de casa, aunque esté en el centro de una población de veinte o veinticinco mil almas, se llama casa de campo.

Pidió impaciente la cadena de oro, que su madre echole, con sus propias manos, al cuello. En seguida, señalando un contador de taracea, díjole que le alcanzara la daga con piedras preciosas que encontraría en la naveta del centro. Doña Guiomar, al tomar en sus manos el puñal, quedose perpleja.

De tarde en tarde escribía alguna carta, hablando del pasado más que del presente; pero á pesar de esta discreción, Torrebianca tenía la vaga idea de que su amigo había llegado á ser general en una pequeña República de la América del Centro. Su última carta era de dos años antes.

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