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Representaba cincuenta años, bien corridos; tenía buen color, la cabeza muy poblada de pelo alborotado y recio, la cara pequeña y enjuta, y aún parecía más chica de lo que era, por lo espeso de la barba que le ocupaba la mitad; la barba y el pelo, empezando a encanecer; la frente ancha, y destacado el entrecejo; la nariz curva, y la mirada de sus ojuelos verdes, firme y escrutadora; cara, en fin, cervantesca y un tanto «aquijotada». Daba grandes pasos con sus largas piernas al dirigirse a nosotros que le salimos al encuentro, y balanceaba el cuerpo, nervudo y cenceño y algo inclinado hacia adelante, al compás de las zancadas; vestía un traje modesto de paño obscuro, fuerte y barato, y calzaba abarcas de tarugos.

No había estera ni alfombra, a no contar la que rendía homenaje al sofá; era de moqueta y representaba un canastillo de rosas encarnadas, verdes y azules. Era el gusto de S. I. De las paredes del Norte y Sur pendían sendos cuadros de Cenceño, pero retocados con colores chillones que daban gloria; los otros muros los adornaban grandes grabados ingleses con marco de ébano.

¡Qué guapo está! dijo desde lejos Obdulia, mientras los lugareños admiraban con la fe del carbonero otro cuadro que alababa don Saturnino. Dieron vuelta a toda la sacristía. Cerca de la puerta había algunos cuadros nuevos que eran copias no mal entendidas de pintores célebres. A la Infanzón debieron de agradarle más que las maravillas de Cenceño, sin duda porque se veían mejor.

Su reto infanzón y feudal no bajaba la voz; y parecía volar, como un cartel atado a una saeta, por encima de las murallas, hacia la Corte. Era largo y cenceño. Los terciopelos o gorgoranes formaban como un fofo plumaje sobre su pajaresca armazón. La lechuguilla íbale siempre harto holgada.

Después inclinó la cabeza hacia el pecho, como para meditar, pero en realidad de verdad estilo de Bermúdez para descansar, con una reacción proporcionada, de la postura incómoda en que el sabio le había tenido un cuarto de hora. Por fin el del jipijapa exclamó: Me parece, señor Bermúdez, que ese famosísimo cuadro del ilustre.... Cenceño. Pues; del ilustrísimo Cenceño; luciría más si....

Los antiguos cuadros de la escuela de Cenceño sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los había mandado al segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algún fraile pícaro; y con escándalo de Bedoya y de Bermúdez hasta había colgado de las paredes cromos un poco verdes y nada artísticos.