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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Llevaba sobre las rodillas un gran canasto con magníficas uvas de varias clases que acababa de hacer coger en sus jardines para ofrecer á su familia. En breve, al oirnos hablar en español, nos dirigió la palabra, con cierta mezcla de familiaridad y respeto, diciéndonos con acento perfectamente yankee: «Cabaliero, ers Ursted y su seniora espanioles?»
El rey Buby y Ratón Pérez se pusieron de rodillas con el mayor respeto, y hasta los cazadores ligeros se arrodillaron también, dentro del canasto vacío en que merodeaban silenciosos. El niño comenzó á rezar: ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!... Hizo el rey Buby un gesto de inmensa sorpresa al oirle, y se quedó mirando á Ratón Pérez con la boca abierta.
¿Un canasto? preguntaron varias damas acercándose a él. Algún pobre que andará por ahí dormido manifestó el criado, que aún no había cerrado la puerta. No se ve a nadie dijo Manuel Antonio, que rápidamente había registrado el portal. La curiosidad excitó muy pronto a una de las damas a levantar el paño que tapaba el canastillo.
Aquella nueva y repentina irrupción pareció sorprender mucho a la señora de la casa. ¿Qué ocurre? ¿qué es esto? exclamó con voz alterada. ¡Un niño! ¡un niño! gritaron varios a un tiempo. Acabamos de encontrarlo en el portal manifestó Manuel Antonio, que ya se había apoderado del canasto, presentándolo. ¿Quién lo ha dejado ahí?
De pronto, como si le hubiese ocurrido una idea feliz, se irguió de nuevo y abandonando al estropeado gato en el suelo salió del aposento, bajando un poco la cabeza para no chocar con el dintel de la puertecilla que le daba acceso. No tardó muchos minutos en presentarse otra vez con un canasto en las manos guarnecido en el fondo por un cojín de lana.
Si pudiera esperar a Ballester; pero no, no me da tiempo... No, hija, no hay que apurarse. Voy por el tintero y no tardó cinco minutos en volver, y al entrar de nuevo en la alcoba, vio que Fortunata se había incorporado en su cama con el chiquillo en brazos, y que después, entre ella y Encarnación, le ponían bien abrigadito en su cuna de mimbres, la cual venía a ser como un canasto.
Laura era ya tan ducha en conocerlos, que por el sobre distinguía la una de los otros. Los sobres limpios y firmemente escritos eran de felicitaciones; los sobres sucios, ordinarios y con letra desfigurada o de imprenta, de anónimos difamatorios... Para mayor brevedad, todo se rompía o iba al canasto. Adolfo tomaba las cosas con visible y creciente mal humor.
Palabra del Dia
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