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Actualizado: 26 de julio de 2025
«Ocurra lo que ocurra, añadió para sí misma, ese bribón verá en mí a una inocente y no a su cómplice.» Mantoux sirvió a la mesa, no sin haber tomado una buena lección de su protectora le Tas. Los invitados eran cuatro: había otros tantos criados para cambiar los platos, y el cerrajero no tenía más que mirar lo que hacían los otros.
Vio iniciarse un gesto de desagrado en la cara de su amigo por la imprudencia de tales palabras, y se apresuró a cambiar de conversación, fijándose en «el hombre lúgubre», que estaba a pocos pasos de ellos contemplando la ciudad. Mírelo... tan tranquilo, como quien no teme nada. Pero toda su calma debe ser pura comedia; por dentro quisiera yo verle.
Se habia objetado que el D podia comenzar, con tal que hubiese otro término, que hiciese posible el concepto de la prioridad, y por tanto del comienzo; para lo cual se le iba á buscar en otra serie distinta; pero si bien se reflexiona, esto no es mas que cambiar de nombres: porque si el término necesario para el comienzo, se halla en otra serie, en ella se hallará la causa, pues que allí estará lo que se necesita para el efecto.
Con mucho gusto dijo el duque. ¿Cómo va la duquesa? Llego del campo y aun no he tenido tiempo de hacer ninguna visita. ¿Que cómo va la duquesa? Sí. Creo que va a llorar. Está loco pensó el barón. El duque añadió sin cambiar de tono: Me figuro que Germana ha muerto y que Honorina se alegra de ello. Encuentro eso horrible y así se lo he dicho a ella misma.
Su tocado era sencillo y sus maneras distinguidas. En cuanto a su fisonomía, se grabó en mi memoria para no borrarse de ella nunca. Y, ¡todavía la veo en este momento! Sólo algunos minutos tardaron los viajeros en cambiar de tiro; después siguieron rápidamente su camino.
La verdad es que no lo sé dijo Francisca. Por mi parte prefiero confesar en seguida que no entiendo nada de todo eso. Ya ve usted respondió sencillamente la de Ribert, que el señor Marcelier tenía razón. ¿Y la otra carta? preguntó Francisca, queriendo cambiar de conversación. Genoveva puso en la mesa la carta que acababa de leer, y cogió la reclamada por Francisca.
Débil criatura, ¿cuentas acaso con medios para cambiar tu destino en esa region que desconoces; la dicha ó la desdicha ¿son para tí indiferentes?
El aspecto de tu existencia va a cambiar desde esta noche. ¡Cuántas penas, pobrecita, cuántas alternativas y vaivenes en tan pocos años! Por un lado tú, por otro yo. Ambos sujetos a mil fatigas, mecidos y arrastrados por este oleaje terrible que ya nos sube, ya nos baja, ya nos junta, ya nos separa... Es verdad, es verdad.
La fuerza de cualquier encontrado pensamiento bastaba á descontentarla de lo que había hecho, y no bastaba á hacerle cambiar y á moverla á hacer otra cosa. No producía sino nueva mortificación estéril.
Se han hecho los esponsales de Francisca... La de Dumais vino ayer a participar el matrimonio a la abuela, pero ésta, muy delicada, no pudo recibirla... ¡Cuánto sufro, Dios mío!... ¿Le amaba, pues, hasta ese punto? 25 de marzo. Parece que hay que salvar la situación y tener el valor de no cambiar mis costumbres para escapar de las hablillas del pueblo.
Palabra del Dia
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