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Actualizado: 18 de julio de 2025


Y abriendo de un tirón el cajoncillo del secrétaire, mostró a Jacobo, desde lejos, un paquete de cuatro o cinco cartas, diciendo: A fe que la letra de Rosa Peñarrón y la tuya propia son lo bastante claras para que no necesiten en los tribunales de peritos que las reconozcan.

Muchacha, trae dados. La joven salió y volvió con un cajoncillo en que había dos dados y un cubilete, los puso sobre la mesa y esperó con una inquietud de cierto género. Amigo Velludo, como nosotros somos dos, la jugaremos. ¡Jugarme! ¿y quién os ha dicho que yo quiero que me juguéis? Vamos, pues puedes evitar que lo echemos á la suerte dijo el alférez ; ¿cuál de nosotros dos te gusta más?

Con pañuelos, con mantos, con cuanto hallaron á mano, le persiguieron hasta cogerle; atáronle un hilo en una de las patas, y Clara le guardó muy bien en un cajoncillo donde tenía la costura. A escondidas le echaban de comer por las noches; pero el animalito enflaquecía y se ponía más triste cada vez.

Después de una pausa en que Refugio parecía hacer estudios de cálculo en el entrecejo de la Bringas, tornó a decir: «Lo que es el dinero... lo tengo, vea usted». Revolvió un cajoncillo que parecía costurero, y del fondo de él sacó un puñado de cosas. Eran trapos, hilos desmadejados y billetes de Banco, formando todo una masa. «Vea usted... no me falta. Pero...».

Para maldita la cosa, por el simple gusto de juntar monedas en un cajoncillo y contarlas y remirarlas de vez en cuando... Sin duda aquel hombre... que era muy bueno, eso , esposo sin pero y padre excelente... no sabía colocar a su mujer en el rango que por su posición correspondía a entrambos.

Hasta entonces el bobito persistía en la buena costumbre de dar a su mujer las llaves para que ella sacase de la arqueta el dinero. Pero una tarde antójasele volver a las andadas y sacar el funesto cajoncillo, y lo abre y empieza a manosear lo que dentro había... ¡Ay, Dios, mío qué trance, qué momento! A la Pipaón un color se le iba y otro se le venía.

Entonces Rosalía, como para impedirle la molestia de ir a la mesa, le quitó de las manos el cajoncillo, y en el breve tiempo que empleara para colocarlo en su sitio, supo introducir los papeluchos que, cuando se pasase revista de presente, debían responder por los que se habían ido a otra parte.

Pero bien pronto aquella ternura mimosa, o más bien pueril pasividad de que antes hablé, le inspiró confianzas que nunca había tenido. «No es preciso, hijita, que traigas el cajoncillo. Toma la llave y saca lo que te parezca prudente». La señora así lo hacía.

Palabra del Dia

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