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Actualizado: 2 de junio de 2025


Replicó el Cónsul que me ayudaría para hacer la expedición de armas que yo tenía proyectada en Hong-kong; pues telegrafiaría enseguida al Almirante Dewey lo convenido, para que por su parte prestára su auxilio á la citada expedición. El día 26 de Abril se llevó á cabo la última conferencia en el Consulado americano, á donde fuí invitado por Mr.

Luego que hube tomado pasaje en el vapor Malacca volví á despedirme del Cónsul Pratt, quien aseguró, que antes de entrar en el Puerto de Hong-kong me recibiría secretamente una lancha de la escuadra americana con el fin de evitar la publicidad, sigilo que también yo lo deseaba. Partí para Hong-kong en dicho vapor las 4 de la tarde del mismo dia 26.

«Cónsul», tal era el clásico nombre del mono, prometía los mejores aplausos y considerable provecho, si llegaba a presentarse amaestrado en la escena. Era un bello ejemplar de su raza, alto, membrudo, fuerte, de mirada inteligente y viva, de suave y aterciopelado pelaje. Lo malo era su humor hosco, impulsivo y variable.

Deseoso de aprovechar tan providencial ocasión para regresar á mi país y reanudar la santa empresa de la Independencia del pueblo filipino, presté entero crédito á las solemnes promesas del Cónsul Americano, y le contesté que podía desde luego contar con mi cooperación de levantar en masa al pueblo filipino, con tal de que llegára á Filipinas con armas ofreciendo hacer todo cuanto pudiera para rendir á los Españoles, capturando la plaza de Manila, en dos semanas de sitio, siempre que contára con una batería de 12 cañones.

«¡Ah... !...» indicó Fortunata, y cargando sobre el pie derecho, tiró para otro lado frotando el suelo con amazónica fuerza. Mauricia la Dura representaba treinta años o poco más, y su rostro era conocido de todo el que entendiese algo de iconografía histórica, pues era el mismo, exactamente el mismo de Napoleón Bonaparte antes de ser Primer Cónsul.

Aquella misma noche se trasladó a las puertas de la prisión con una compañía de desembarco. Vio a dos misioneros que gesticulaban en la ventana, el cónsul los reconoció y todo el mundo quedó satisfecho. »Pero al día siguiente fueron a avisar al cónsul que los misioneros habían sido degollados ocho días antes de la llegada de la Náyade. Más de veinte testigos certificaron el hecho.

Los cartagineses solían maltratar y hasta crucificar á sus generales cuando no vencían. Preferible es el aliento generoso del Senado de Roma que da gracias al Cónsul Varrón por que después de Cannas no desespera de la salud de la patria. Menester es tener confianza en nosotros mismos. Entonces vencerán en tierra los militares y en el mar harán maravillas nuestros marinos.

No quería marcharse sin verle, y pasó varias mañanas haciendo averiguaciones en las oficinas del Estado Mayor. Era un sobrino suyo, un hijo de Blanes el fabricante de géneros de punto, que había huído de Barcelona, al iniciarse la guerra, con otros muchachos aficionados á cantar Los Segadores y perturbar la tranquilidad del «cónsul de España» enviado por Madrid.

Todos los medios conocidos empleó la domadora para domesticar a Cónsul: el hambre, los golpes, el fuego, la electricidad, los gritos, las caricias... Pero sólo consiguió que el antiguo gigante de los bosques, la conociese, respetase y siguiera. Con los extraños, Cónsul se mantenía siempre en su antigua ferocidad, y tanto, que no se le podía sacar de su jaula...

El Cónsul yankee le había hecho comprender o creer que, por culpa de aquella clausura y de aquella incomunicación en que los paraguayos habían vivido, todos ellos se habían quedado, salvo la moral y el dogma de Cristo, que conocían aunque de un modo burdo, en inmenso atraso con relación a lo restante de la humanidad; y que todo cuanto esta había descubierto, inventado, experimentado, fabricado y averiguado durante ocho mil o nueve mil años, era para los paraguayos asunto desconocido, arcano tenebroso, libro de siete sellos.

Palabra del Dia

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