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D. Pedro no podía creer las noticias y sin decir nada a sus hijos, montó a caballo y se fue 5 a la finca para informarse del suceso. Llovía a cántaros y no vio a nadie en el camino. Al llegar a su finca no vio a nadie tampoco y creía que ya se habían ido los moros. Algunos momentos después se vio rodeado de cuarenta de 10 ellos a las órdenes del famoso alcaide de Loja, Aliatar.

Su cara reflejaba la concupiscencia en que ardía; sus ojos se cerraban, para mantener por más tiempo la deslumbradora visión: un río de oro deslizándose con suave murmullo, y él, en la orilla, llenando sus cántaros, tan numerosos que no podían contarse. Rocchio le vió venir y se le echó encima. ¡Lucidos estamos, señor Esteven! dijo sacudiendo su cabeza de león. ¿Qué le parece a usted?

Con el debido sigilo le revelé nuestro parentesco, de que ella se maravilló y holgó mucho. Luego charlamos los tres a cántaros. Con lo ameno de la conversación se nos olvidó tomar el y llegó la hora de la comida.

¡Ah! pero el señor Macey y vos son dos cosas muy distintas dijo Ben Winthrop . El señor tiene un don natural. Mirad, el squire tenía la costumbre de invitarlo a tomar una copa solamente para oírle cantar el «Corsario rojo»; ¿no es cierto, señor Macey? Es un don natural. Si su amiguito Aarón tiene también un don natural, puede cantaros un aire cualquiera sin vacilar, como una alondra.

Luego, a la iglesia, a oír confesiones, a bautizar, a cuanto se ofrece. Lástima me daba verle. En ocasiones llueve a cántaros, como llueve por allá, y vienen por él, para ir a una confesión.... Y allá va el pobrecillo, en su mula, a subir y bajar cerros, porque allí todo es subir y bajar.

No se puede negar que existe gran semejanza entre la Junta de Castel-o-Branco y el congreso de los cántaros, y que los carlistas que componen la una y los salvajes que forman el otro, están igualmente frescos.

Encima del cantarero se yerguen cuatro cántaros, y encima de cada cántaro, acomodadas en su ancha boca, cuatro alcarrazas que rezuman en brilladoras gotas.

3 Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: Vino no tienen. 4 Y le dice Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. 5 Su madre dice a los que servían: Haced todo lo que os dijere. 6 Y estaban allí seis tinajuelas de piedra para agua, conforme a la purificación de los judíos, que cabían en cada una dos o tres cántaros. 7 Les dice Jesús: Llenad estas tinajuelas de agua.

Si la muerte no teme aquesta gente, El Argentino fuera mas somoso El dia de hoy, que nueva ciertamente, Se tuvo aquí de un indio belicoso. La plata y oro bello reluciente Se ha visto, no es negocio fabuloso, Que cántaros de oro á maravilla Tenia aqueste indio y gran vajilla.

Salvado así, hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos del mismo mal cántaros de agua, en los que depositaba raíces de cascarilla. Con su descubrimiento vino a Lima y lo comunicó a un jesuíta, el que, realizando la feliz curación de la virreina, prestó a la humanidad mayor servicio que el fraile que inventó la pólvora.